Plantas Sagradas

Territorio, Raíces y Conflicto: Encuentros Epistémicos Sobre las Plantas Sagradas

El domingo 25 de febrero se celebró la clausura del Congreso de las Plantas Sagradas en las Américas en el pueblo de Ajijic, Jalisco. El auditorio se desbordaba con un público ansioso por escuchar a los ponentes magistrales.

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Diana Negrín es geógrafa y curadora que desde el 2001 ha llevado a cabo investigaciones etnográficas y de archivo con un enfoque principal en el territorio wixárika del occidente mexicano. Es Directora Asociada de Chacruna Latinoamérica en México.

El domingo 25 de febrero se celebró la clausura del Congreso de las Plantas Sagradas en las Américas en el pueblo de Ajijic, Jalisco. El auditorio se desbordaba con un público ansioso por escuchar a los ponentes magistrales. La doctora Bia Labate, principal organizadora del congreso, señaló que las personas que invitó al frente eran algunos de los representantes de los pueblos originarios quienes participaron en el congreso: hombres y mujeres de medicina, abogados, campesinos, comunicólogos. Leopardo Yawa Bane (Huni Kuin) había viajado desde Brasil para impartir una ponencia sobre la globalización de la ayahuasca, pero como practicante e hijo de un jefe tradicional cerró con un canto. En la plataforma también lo acompañaba Felipe Fuentes, sipáame o curandero Rarámuri, Mamma Senchina “anciano-sabedor” Kogi de Colombia, Lila y Laura López Sánchez onayas (curanderas vegetalistas) Shipibo de Perú, entre varios otros. En esta clausura, la descolonización a la que varios nos referimos en nuestras ponencias se sostuvo con los cantos que compartieron varios de los invitados magisteriales. El formato inusual de la clausura efectivamente revindicó la relación central que tienen el conocimiento y los territorios ancestrales con una diversidad de plantas psicoactivas cuyo país más denso y diverso es México. Los cantos produjeron un tipo de euforia tras un programa de dos días y medio con casi ciento cincuenta ponencias que trataban aspectos políticos, culturales y ecológicos sobre las plantas sagradas y psicoactivas.

Recordándonos del apelativo usado por José Martí para este hemisferio, el Dr. Andrés Fábregas Puig puso hincapié en sus palabras de bienvenida que las raíces de muchas de estas plantas están aquí en ‘Nuestra América’. Sin embargo los usos actuales de estas plantas han rebasado las fronteras geográficas, y este último hecho fue quizás la cuestión más debatida en las mesas del congreso—pues las ciencias tradicionales y contemporáneas establecen las propiedades curativas de éstas, mientras que las políticas de acceso y consumo tornan su uso cada vez más problemático. El debate quizás puede reducirse a lo siguiente: para algunos este abrir  de fronteras es parte de un bienvenido y creciente sentido de las plantas psicoactivas como un patrimonio universal. Pero para otros, este abrir de fronteras instaura nuevas formas de oportunidad y explotación para las comunidades indígenas que las han resguardado de forma histórica. Este cambio no es necesariamente una indicación de una universalización que erige libertad para todos los usuarios, sino que presenta para muchos pueblos y sus territorios un frente más de batalla; un recurso más que se tiene que proteger de la sobreexplotación.

El sacrificio del peyote

Estas tensiones se manifestaron con claridad durante los varios paneles que trataron el peyote y, por extensión, que abarcaron la centralidad que tiene el pueblo wixárika con esta planta y con las prácticas de consumo del peyote que se han reproducido por otros grupos demográficos, particularmente la Iglesia Nativa Americana. Es importante recalcar que el congreso se realizó en Xapawiyemeta, uno de los cinco puntos cardinales del pueblo wixárika, marcado en la Isla del Alacrán por un xiriki, o pequeño adoratorio. Esta ubicación dentro del complejo territorial wixárika no quedaba desapercibida para algunos que estábamos presentes, ya que en estos mismos días habíamos revivido las pugnas más agudas de lo que se ha vuelto una lucha continua por la defensa de los territorios sagrados wixaritari; sitios que no solo son habitados por los senderos de los antepasados fundacionales del pueblo wixárika, sino que son además puntos de valor ecológico no cuantificable y blanco de proyectos extractivos como son la minería, las hidroeléctricas y el más benévolo de todos, el turismo.

Wirikuta es el sitio sagrado de peregrinación wixárika que se encuentra dentro de una de las extensiones semidesérticas más impactantes del mundo. De aquí es endémico el peyote, cactácea que es parte de un complejo altamente biodiverso de lo que se denomina el Desierto Chihuahuense. Pero allí también existen montañas con vetas de plata y oro, extensiones de tierra que buscan explotarse para el monocultivo de exportación, y campesinos quienes han tenido que negociar con los acechos de empresarios, políticos y turistas que traen consigo sus propios imaginarios sobre lo que se necesita hacer para desarrollar la “tierra mágica del peyote” (aquí hago referencia al libro escrito en 1968 por el periodista mexicano, Fernando Benítez.)

De esta manera, mientras que la clausura se definió por adoptar un formato descolonizador, el primer día del congreso se dio a través del roce entre ponentes wixaritari, quienes articulaban una visión milenaria de Wirikuta como espacio vital para la reproducción cultural, y el arribo inesperado de representantes de First Majestic Silver, Inc., empresa canadiense que desde el 2009 busca explotar los minerales que se encuentran dentro de este sitio sagrado. Sin admitir su patrocinio por la empresa, estos representantes incluían ejidatarios del Altiplano Potosino y miembros de la etnia wixárika. No vinieron a hablar del peyote exactamente, pero a declarar que la minería era tan solo una herramienta de desarrollo que no perjudicaba el hábitat del peyote. Para ellos los verdaderos culpables eran el público no indígena que había afirmado su consumo de esta biznaga  y los activistas que han defendido a Wirikuta de actividades extractivistas y contaminantes. Sobre todo, exigieron que las autoridades wixaritari desistieran su resistencia poniendo un fin a los amparos contra la explotación minera. Tras una jornada de enfrentamientos, el equipo de First Majestic Silver partió, dejando sus huellas en nuestras conversaciones.

Recuerda a la historia de trasfondo del actual éxito taquillero, Black Panther, en el que el territorio sagrado de Wakanda tiene en su centro un mineral extraordinario (vibranium) y una planta con hojas en forma de corazón y una flor morada parecida al Ololiuqui, también conocida como semilla de la virgen. El protagonista, T’Challa (Chadwick Boseman), es mostrado tomando un brebaje con la flor que prepara el chamán (Forrest Whitakker) para luego ser transportado al mundo de los antepasados. El súper héroe obtiene sus poderes a base de lo que le ofrecen las propiedades de la flor y del metal, pero el guión gira en torno a una discusión sobre si Wakanda debe y puede abrirse al mundo para ofrecer, de manera benévola, los beneficios de su territorio tan bien resguardado. El caos que vive el resto del mundo pone en cuestión el lugar que tiene Wakanda. ¿Se deberá sacrificar para el bien de la humanidad?

Una visión integral y una política de respeto

En este espacio interdisciplinario e intercultural no podíamos simplemente hablar del peyote como planta aislada. Como señaló con tanta exactitud el abogado wixárika, Santos Rentería, para el wixárika el peyote es parte de un “todo”. Es parte de un territorio mitológico que se ha vuelto realidad con el caminar de generaciones de peregrinos wixaritari quienes repasan las huellas de los antepasados presentadas como coordenadas geográficas en lugares que ahora llamamos Nayarit, Jalisco, Durango y San Luis Potosí. Es parte de una práctica colectiva ligada a rituales que apelan los ciclos agrícolas y, de esta manera, el ciclo de la vida en su aspecto más primordial. Para los wixaritari el peyote no es una planta con propiedades terapéuticas e identitarias, es la vida misma.

A través de estas perspectivas cruzadas se presenta una realidad indiscutible: el peyote está en peligro.

¿Cómo entonces articular un buen uso de esta planta sagrada tomando en cuenta estas tensiones socioculturales? ¿Cómo articular su conservación ante un contexto en el que se enfrenta con distintas ofensivas que crecen por dimensión? Las ponencias dejaron en claro los impactos sobre el hábitat del peyote que crean el saqueo a pequeña y gran escala así como los proyectos de gran capital como son la minería, los gasoductos y las agroindustria. Pero también discutimos cómo esta presión ecológica viene de la mano con una presión sobre la cultura wixárika que desde finales de la década de 1960 se ha visto cada vez más cotizada por su relación al peyote, sus tradiciones chamánicas, y su estética ligada a estas mismas prácticas. El consumo globalizado del peyote conduce a que los mara’akate (chamanes) sean buscados para legitimar una serie de deseos externos en un proceso que muestra una mercantilización de la cultura espiritual indígena. A esto, se suman las políticas domésticas e internacionales en torno a estas plantas que criminalizan los ‘mal usos’ del peyote mientras dan la vista gorda hacia la protección de sus ecosistemas.

El peso de la realidad en este tercer día del congreso nos abrumaba. Pero los cantos de la clausura unían—en sus diferentes idiomas originarios—los lazos hemisféricos del público como un hilo conductor entre las diversas tradiciones que incorporan estas plantas protagónicas. El peso de la realidad entonces busca la acción. Y la acción fue marcada con urgencia por Aukwe García Mijarez del Consejo Regional Wixárika por la Defensa de Wirikuta. Esta joven líder wixárika relató una canción que trata de un señor wixárika que decide seguir el costumbre religioso al hacer la peregrinación a Wirikuta. Sin embargo, ya estando en la tierra del oriente no encuentra ni un solo híkuri y esta ausencia se torna llanto. El relato de Aukwe también se tornó llanto porque para los wixaritari esta planta y su reducción es más que una lamentable consecuencia de la globalización, es la pérdida de un ser medular y de un Todo. Por eso exigió el respeto al peyote, la protección de Wirikuta y por ende el respaldo a la autonomía cultural wixárika.

Así es como la clausura se transformó en una asamblea donde todos nos paramos en relación al otro para enfrentar el futuro difícil que compartimos de forma desigual. Para los pueblos originarios la reducción y pérdida de sus territorios, sus plantas y las prácticas ligadas a ellas es una amenaza multidimensional. Tenemos que reconocer la especifidad de este problema y nuestra posicionalidad respectiva para buscar soluciones. El proyecto, “Hablemos del Híkuri”*, presentado en el congreso por Lisbeth Bonilla y Pedro Nájera, y ganador del premio de mejor artículo publicado por este blog, es un ejemplo de cómo podemos unir fuerzas y complementar conocimientos para restaurar el hábitat del peyote y educar a diferentes públicos sobre su estado frágil, formas correctas de cosecha, y la necesidad de que nuevos usuarios busquen el camino a través del cultivo. No podemos dejar que Wirikuta y otras zona bioculturales sean sacrificadas por deseos a corto plazo. Si estas plantas siguen visibilizándose como un bien para la humanidad, tenemos que primero atender las realidades políticas, culturales y ecológicas que las intervienen.

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