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La resurrección de la Jurema (tercera parte)

Religiones brasileñas con raíces indígenas y africanas como el Catimbó y la Jurema Sagrada, centradas en torno a la planta sagrada jurema-preta (Mimosa tenuiflora), han sobrevivido en la región Nordeste, a pesar de la represión de las instituciones católicas y la policía. En las últimas décadas, también se convirtieron en un punto de interés para los neochamanes en contextos urbanos.

Marcelo Leite
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Marcelo Leite es un periodista científico brasileño. Actualmente escribe el blog Virada Psicodélica. Su libro "Psiconautas - Viajes con la ciencia psicodélica brasileña" salió a la venta en mayo de 2021.
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Marcelo Leite é jornalista científico brasileiro. Atualmente escreve o blog Virada Psicodélica. Seu livro “Psiconautas - Viagens com a Ciência Psicodélica Brasileira” foi lançado em maio de 2021.

Tercera parte: La religión casi invisible en el noreste de Brasil

La maestra Ritinha es un espíritu que acaba de incorporarse en el dueño de la casa, André Luiz do Nascimento, de 50 años, se acerca al periodista que está acostado en una esterilla verde de yoga. De pie, extiende sus manos sobre su cuerpo estirado, como si estuviera palpando una pared invisible. Después de unos minutos, se arrodilla y pide permiso para “realizar una curación”. Con el juicio y el escepticismo desconectados después la segunda dosis de jurema preta o jurema negra (Mimosa tenuiflora) y ruda siria (Peganum harmala), el reportero accede.

La maestra Ritinha desliza sus manos por el pecho del periodista, se detiene en su pulmón derecho y empieza a temblar. En trance, se inclina y presiona su boca sobre su camiseta, soplando o aspirando aire, es difícil saberlo. Sus manos vuelven a vagar y se detienen en la parte baja de su abdomen. Ella vuelve a temblar, esta vez con más intensidad. La sensación, entre intrigante y divertida, es de comodidad y cuidado; casi como una caricia.

Ritinha se tensa y pide, en voz alta, que le entreguen una vela blanca. Frota vigorosamente la parafina en el vientre del periodista, luego rompe la vela en unos cuatro pedazos que siguen unidos por la mecha, y la arroja lejos. Se levanta sin decir una palabra y continúa caminando por la habitación con su sombrero blanco de ala ancha adornado con un pañuelo colorido. De vez en cuando se ríe.

Ilustración de Mariom Luna

Al menos otras tres personas entran en estado de mediumnidad durante la ceremonia de Catimbó, donde se incorporan los maestros de la Jurema Sagrada y los Caboclos, espíritus y deidades africanas e indígenas. La casa de una sola planta de André Luiz está situada en Redinha, un barrio en las afueras de Natal, la capital del estado nororiental de Rio Grande do Norte.

El trance más prolongado es el del oficiante, Rômulo Henrique Pereira Angélico, de 41 años. Recibe a su maestro-guía, Manoel Germano, quien transmite sus enseñanzas mientras entona canciones con una poderosa voz de bajo. Una de las canciones invoca a Exu, una entidad de Umbanda con la que generalmente se abre una mesa de Jurema Sagrada. Desde las 10 de la noche hasta las 5 de la mañana, las canciones abarcan un amplio espectro sincrético, desde seres caboclos, como el maestro Pena Branca y el árbol de la jurema, hasta figuras católicas como la Virgen y San Francisco. Germano, incorporado, guía el cuerpo de Rômulo alrededor de la habitación. A veces lleva un sombrero negro en la cabeza y una pipa en la boca mientras habla con acento rústico.

En la casa hay una docena de personas, además de los maestros Rômulo y Breno Gabriel, encargados de la ceremonia. Los únicos principiantes en los rituales de Catimbo y Jurema Sagrada son el periodista y dos chicas argentinas. Mientras esperan la llegada de Sydma, la esposa de Rômulo, ambos instruyen a los recién llegados sobre el efecto combinado de las dos bebidas. Las consagraciones se ofrecerían tres veces durante la noche, y cada persona las tomaría si y cuando lo deseara.

Se les informo que podrían tener visiones, vomitar e incluso experimentar la sensación de morir. Pero todo pasaría a su debido tiempo, y la purificación sería beneficiosa para todos. Luego sigue una ronda de “anamnesis”, en la que cada persona puede compartir sus dolencias o el propósito de su presencia allí.

El maestro Breno transmite una sensación de tranquilidad y desempeña ese papel durante la sesión de siete horas. Está encantado con el título del libro del periodista, Psiconautas (Editorial Fósforo, 2021) y afirma que ese día el barco llegará a un puerto seguro. “El barco tiene un dueño, André Luiz, un capitán, Rômulo, y un contramaestre” -el propio Breno-.

Lleva un tocado de plumas azules con una pluma amarilla más grande sobresaliendo en la parte superior, y sobre sus hombros lleva una canga (una prenda de tela ligera popular en las playas brasileñas) con un estampado de plumas de pavo real, que para él simboliza un manto sagrado tupinambá. Sopla jurema en un vaporizador, esparciendo un humo dulce y aromático, y en la mano lleva una especie de bastón ceremonial.

Anuncia que van a navegar a través de un mar de ideas y pescarán, y todos regresarán sanos y salvos a tierra firme. Luego entona la canción Suíte do Pescador de Dorival Caymmi: “Mi balsa saldrá al mar / Voy a trabajar, querida / Si Dios quiere, cuando regrese del mar / Traeré un buen pescado / Mis compañeros también regresarán / Y daremos gracias a Dios en el cielo”.

Los únicos principiantes en los rituales de Catimbo y Jurema Sagrada son el periodista y dos chicas argentinas.

La consagración de dos tés es una innovación neochamánica en ceremonias urbanas que reivindican sus raíces en el Catimbó. Los rituales indígenas emplean lo que se conoce como “vino”, a base de jurema preta, algún tipo de alcohol y miel, además de otras hierbas e ingredientes que se mantienen en secreto, pero que no necesariamente tienen un impacto psicodélico.

En el caso de la ceremonia nocturna realizada en Redinha, las infusiones servidas se ajustan al concepto de “juremahuasca”. Este es el nombre que se le da a la mezcla de jurema y ruda siria que reproduce la magia de la ayahuasca, el té utilizado en religiones como el Santo Daime, Barquinha y ¡União do Vegetal (UDV). 

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La ayahuasca es el resultado de la ebullición prolongada de dos plantas: el arbusto chacruna (Psychotria viridis) y la enredadera mariri o jagube (Banisteriopsis caapi). En la juremahuasca en lugar de utilizar chacruna como fuente de dimetiltriptamina (DMT), una sustancia que altera la conciencia, se utiliza jurema. La ruda siria también actúa de manera similar a la mariri, proporcionando beta-carbolinas, compuestos capaces de inhibir una enzima (monoaminooxidasa, MAO) que de otro modo degradaría la DMT en el tracto digestivo, impidiendo su llegada al torrente sanguíneo y al cerebro. La ruda siria, como su nombre lo indica, no es originaria de Brasil. Crece en las regiones áridas alrededor del Mediterráneo y se puede comprar a través de Internet, tal como lo hacen los neochamanes de jurema.

El té marrón preparado por el maestro Breno, con su peculiar sabor vegetal, se bebe aproximadamente media hora antes de la jurema. La segunda bebida es negra y muy amarga, y ha sido preparada por el maestro Rômulo. El efecto combinado puede describirse como muy parecido al de la ayahuasca, donde la DMT ya está mezclada con inhibidores de la MAO, y al mismo tiempo, muy diferente. Incluso sólo con la bebida de ruda siria se puede sentir un temblor interno.

La planta mediterránea contiene los alcaloides harmina y harmalina, que se hacen evidentes en el nombre científico Peganum harmala. Estas sustancias también actúan como ansiolíticos, ayudando a reducir la presión arterial y aumentar la frecuencia cardíaca.

Según la experiencia del periodista, las primeras manifestaciones después de beber la jurema son visuales y resultan más luminosas que las de la ayahuasca. Con los ojos cerrados, aparecen puntos brillantes y manchas de colores, pero no llenan todo el campo visual como lo harían en un caleidoscopio. Pronto evolucionan hacia imágenes tridimensionales y “arquitectónicas”, como “palacios de cristal negro y puntos de luz”, anota el reportero en su cuaderno. Esta parte intensamente visual no dura mucho.

Para favorecer la introspección, Rômulo reproduce música electrónica esotérica andina, india, amerindia y cristiana a través de una bocina conectada a su computadora portátil. Aunque el periodista intenta dirigir la atención hacia figuras masculinas, como un hermano o un padre, en su mente sólo aparecen mujeres.

Rômulo había reproducido la canción “Oración de san Francisco”, y tal vez por eso el perdón pasa a ser el tema predominante. Hay una disculpa silenciosa hacia una exnovia por no haberse esforzado lo suficiente para publicar una historia que podría haberla ayudado a ser incluida en un grupo experimental de tratamiento contra el cáncer. Este es el momento de mayor emoción, aunque no está cargado de culpa. También hay un lamento doloroso y sereno por no haberle brindado el apoyo que en nada habría cambiado el curso de su enfermedad, pero que seguramente ella habría apreciado.

Según la experiencia del periodista, las primeras manifestaciones después de beber la jurema son visuales y resultan más luminosas que las de la ayahuasca. Con los ojos cerrados, aparecen puntos brillantes y manchas de colores.

En 2005, mientras enseñaba en una escuela pública de la costa sur del Rio Grande do Norte, el profesor de historia Rômulo tenía poco conocimiento sobre el Catimbó o la Jurema Sagrada. Apenas podía distinguirlos del Candomblé o la Umbanda. Entonces, la red escolar local organizó una feria de ciencias con el tema “religión” en la ciudad de Canguaretama, y sólo se presentaron temas cristianos. El futuro maestro propuso un estudio sobre cultos con raíces africanas y escasamente 14 de 2.600 estudiantes mostraron interés.

A partir de ese momento, se dedicó a estudiar la religiosidad del noreste de Brasil, lo que lo llevó a leer las obras sobre el Catimbó de Câmara Cascudo y Mario de Andrade, importantes etnólogos del siglo XX. También empezó a visitar comunidades indígenas y terreiros, lugares donde se realizaban tales ceremonias. Entrevistó a los catimbozeiros, líderes de las ceremonias del Catimbó, y tomó notas. En una de estas conversaciones, experimentó lo que él llama “pre-mediumnización”, entendiéndola como una llamada a la iniciación. 

Desde 2009, Rômulo aprendió de chamanes, maestros de la Jurema Sagrada (como Breno y Maria Fernandes) y de la Umbanda (Francisca Bezerra Honorato, nieta del terreiro umbanda Ogum-Odé) a preparar la jurema con agua, miel, variedades silvestres de marañón (anacardo) y maracuyá.

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En 2013 abrió su propio terreiro, el Centro Espiritualista Casa do Sol Nascente do Rei Malunguinho (Centro Espiritista Casa del Sol Naciente del Rey Malunguinho). El terreiro acabó cerrando después un episodio de vandalismo en el que se rompieron objetos de culto y mataron animales domésticos. “Yo no hago sacrificios”, explica Rômulo, refiriéndose a la sospecha generalizada de brujería que los cristianos suelen asociar con las religiones afrobrasileñas.

Actualmente, Rômulo está intentando abrir un nuevo espacio para el Catimbó, el Centro Espiritualista e Beneficente Mestre Manoel Germano (Centro Espiritista y Caritativo Maestro Manoel Germano). La ceremonia en Redinha formaba parte de los esfuerzos de recaudación de fondos. “Jurema es muchas cosas: diversos reinos, la bebida, la planta, el espíritu Cabocla; es todo un mundo”, explica el maestro. Cada reino encantado está gobernado por un rey y en sus ciudades residen maestros que son recibidos en los rituales, como Manoel Germano, quien es incorporado por Rômulo. “El té ayuda a comunicarse con estos seres encantados”.

Tanto los vivos como los muertos son llamados “maestros”. Después de la muerte en este mundo, ellos continúan viviendo, encantados, en ciudades y reinos específicos, y son invocados con cantos para que vengan a ayudar en los trabajos. Tiene personalidades propias y son “ancestros, hombres y mujeres que caminaron en esta tierra, y se han convertido en seres divinos”, según Rômulo. Algunos ejemplos son Maria do Acais, Zé Pilintra, Caboclo Pena Branca, entre otros. “Otros son animales, o espíritus de plantas”, explica el catimbozeiro. “No puede ser algo imaginario, ya que se manifiesta en curaciones reales, en mensajes que se cumplen”.

“Jurema es muchas cosas: diversos reinos, la bebida, la planta, el espíritu Cabocla; es todo un mundo”, explica el maestro. Cada reino encantado está gobernado por un rey y en sus ciudades residen maestros que son recibidos en los rituales

“¿Quién soy yo para decir que las sirenas no existen?” Esta pregunta retórica surgió en una entrevista en Río de Janeiro con el antropólogo Rodrigo de Azeredo Grünewald, profesor de la Universidad Federal de Campina Grande (UFCG) en el estado nororiental de Paraíba, y autor del libro Jurema (Mercado de Letras, 2020). “Cualquiera que sólo piense en moléculas cree que ellos [los practicantes de Jurema] están inventando cuentos de hadas”.

La Jurema entró en la vida de Grünewald en 1990, cuando comenzó su trabajo etnográfico con los atikum, uno de los muchos pueblos que consumen la bebida en las tierras del interior del noreste brasileño conocidas como sertão, un área del bioma semiárido caatinga, donde crece el árbol pionero Mimosa tenuiflora. Habiendo practicado un tiempo la religión de la ayahuasca Barquinha, el carioca no era ajeno a los psicodélicos cuando se entregó a los encantos de la Jurema. A partir de enero de 1997, comenzó a realizar rituales de juremahuasca para amigos en su retiro de fin de semana de Jacarepagua, en las afueras de Río de Janeiro. “Jurema es el cosmos en una tacita”.

Hoy en día, Grünewald apenas consume la bebida, de la cual se distanció desde 2005. Se ha interesado más en los rituales que ha observado y en los que ha participado con los indígenas del noreste, que en los efectos psicodélicos de la planta. Para el antropólogo, las experiencias en estos rituales llegaron a ser más satisfactorias que los viajes. Además, el uso de la jurema constituye la base de las tradiciones que él estudia y que la cultura hegemónica ha reprimido desde los tiempos de la inquisición. Represión que ha sido en vano, porque la jurema ha persistido en la cultura y en el imaginario brasileños, aunque de forma clandestina.

En la obra clásica de la literatura brasileña, Iracema (1865), de José de Alencar, que generaciones de estudiantes brasileños han leído para los exámenes de ingreso a la universidad, se menciona el vino de raíz:

Cuando estaban todos sentados alrededor del gran fuego, el ministro de Tupã ordenó silencio con un gesto, y gritando tres veces el nombre terrible, se llena del dios que lo habita:

— ¡Tupã!… ¡Tupã!… ¡Tupã!…

De gruta en gruta reverberaba el eco en la distancia.

Viene Iracema con la igaçaba [vasija de barro] llena del licor verde. 

Araquém decreta sueños para cada guerrero, y reparte el vino de jurema, que transporta al valiente guerrero Trabajara al cielo… 

Todos sienten una felicidad tan viva y continua, que en el espacio de la noche creen vivir muchas lunas. Las bocas murmuran; el gesto habla; y el chamán (pajé), que todo lo escucha y todo lo ve, recoge el secreto de las almas desnudas.

¿Quién, sin embargo, recuerda a Alencar? ¿O te detienes a pensar en versos como “El emú gruñía / En la cajuela de la jurema”, popularizado en la voz de los cantantes Jackson do Pandeiro y Gilberto Gil? ¿O, incluso, cuando Chico Buarque canta en “A Violeira” (El guitarrista) que “Ver Ipanema / Fue como tomar jurema / Qué escena de cine”?

De acuerdo con Grünewald, en el noreste las tradiciones de la jurema han sobrevivido a la cultura dominante, al colonialismo interno y al imperialismo cultural y religioso. Plantaron raíces lo bastante profundas como para transmitir su savia a los neochamanes que, como Rômulo, abrazan el tronco de la jurema.

En su libro, Grünewald escribió: “En la posmodernidad, algunos nuevos sujetos promueven, a través de su experimentación mística con la jurema, una crítica a esta asimetría, tratando, hasta cierto punto, de frenar la arrogancia de la ciencia médica y de la modernidad en su conjunto, cuyos conceptos no permiten que el individuo escuche al mundo más amplio (cosmos)”.

Ante las múltiples manifestaciones, representaciones y formas de esta religiosidad centrada en el árbol de la caatinga, Grünewald prefiere hablar del “complejo Jurema”. Originario de los pueblos del interior del sertão, ha pasado por un proceso de desetnización. Pueblos indígenas y afrodescendientes del litoral húmedo entraron a la caatinga semiárida huyendo de la esclavitud. Después regresaron a la costa con rasgos mestizos y el ritual del Catimbó. Sin embargo, la represión y la estigmatización de los cultos continuaron.

“La Jurema es mestiza”, resume el antropólogo. En su opinión, ésta es la razón por la que ha despertado interés, recientemente, entre los místicos urbanos de Brasil, aunque siempre ha estado presente, simbólica o físicamente, en los terreiros y en las habitaciones del noreste de Brasil, donde se practicaba en secreto, pero de forma local, sin expandirse al sureste de Brasil, por ejemplo. No obstante, las religiones de ayahuasca se han extendido por las grandes ciudades de Brasil que se han dejado seducir por visiones de exuberantes selvas vírgenes e indios arquetípicos, puros, que caminaban desnudos por la selva. Esto ha sucedido a pesar de que las propias religiones de ayahuasca son manifestaciones sincréticas, en las que los mitos indígenas se mezclan con el catolicismo de los caboclos ribereños de mestizos y caucheros, muchos de ellos, por cierto, emigrantes del noreste.

El antropólogo Luiz Assunção, profesor de la Universidad Federal de Rio Grande do Norte (UFRN), también destaca la pluralidad de la Jurema Sagrada: es una herencia indígena que se ha mezclado con influencias africanas y del catolicismo popular.  Sin embargo, el catolicismo oficial siempre ha condenado al Catimbó como brujería y culto demoníaco. Esto ha sembrado la semilla de la persecución policial contra sus practicantes y los de la Umbanda.

“La Jurema siempre ha existido como una práctica ritual que se ha ido propagando, extendiendo, alcanzando poblaciones urbanas, pero la intolerancia la ha llevado a ser una práctica de pequeños grupos reunidos en torno a un maestro vivo, con consultas individuales”, dice Assunção, autor de O Reino dos Mestres – A Tradição da Jurema na Umbanda Nordestina (El Reino de los maestros – La tradición jurema en la Umbanda nororiental) (Pallas, 2010).

Para Assunção, la supervivencia de la Jurema está relacionada con la indiferencia del Estado brasileño hacia los pobres de los pueblos y ciudades el noreste. Sin un acceso adecuado a los servicios de salud, las personas de bajos recursos han recurrido a consultas con los maestros, grandes conocedores de las plantas medicinales, y a sus “mensajes” mediúmnicos y plantas curativas. “Hay un proceso político en torno a los líderes religiosos que se materializa en las reuniones de los juremeiros, celebradas en algunos estados del noreste, vinculado con la construcción de una pertenencia basada en la valoración de los signos de la tradición indígena”.

La asociación con la Umbanda ganó fuerza institucional en los años sesenta, cuando empezaron a surgir las federaciones nororientales de esta otra religión sincrética originaria de Río de Janeiro, que incluía deidades orixá africanas, del catolicismo y del kardecismo. 

Los catimbozeiros y juremeiros encontraron refugio en las federaciones, donde vieron la posibilidad de protegerse de la represión. Pero esta protección no se materializó y hasta el día de hoy los terreiros han sufrido ataques, como ocurrió con el terreiro del Mestre Rômulo.

En este proceso, la Jurema quedó en una posición subordinada, como un apéndice de las casas Umbanda. El prejuicio social seguía siendo fuerte. “Incluso hoy en día, la clase media no asiste a las ceremonias de Jurema”, dice Assunção; en cambio, los intelectuales se sienten atraídos por el Candomblé y su imagen de una mayor pureza africana.

No obstante, existe un movimiento de revalorización del Catimbó en el medio urbano, con iniciativas como la de Rômulo Angélico, inclusive ha habido un reciente flujo de catimbozeiros de Natal a São Paulo. Pero no es sólo en las capitales del noreste donde sus prácticas están reapareciendo.

“Hay un proceso político en torno a los líderes religiosos que se materializa en las reuniones de los juremeiros, celebradas en algunos estados del noreste, vinculado con la construcción de una pertenencia basada en la valoración de los signos de la tradición indígena”.

El pajé (chaman) Isaias Marculino da Silva, de 34 años, también conocido como Guarapirá, llega ya pintado a Matinha do Pau-Ferro, una isla de árboles en el mar de caña de azúcar que rodea las Tierras Indígenas Potiguara, en Baía da Traiçion (estado de Paraíba). En la cajuela del carro hay bombos (tambores), pipas, una jarra de jurema, un tocado de plumas y una falda hecha de fibras de embira.

Ese 16 de mayo tuvo lugar otro ritual de luna llena, estas ceremonias se han repetido cada mes desde 2013. Isaias se dirige a una audiencia de alrededor de treinta participantes y les explica que el homenajeado de la noche es el chamán Chico, el chamán más anciano de la región, fallecido unos días antes a los 76 años.

La mesa de Jurema se coloca en el suelo, con velas encendidas, la bebida ceremonial, pipas (una de ellas con varios tallos), un plato de cerámica con tabaco y maracas. A la derecha, un grupo de mujeres vestidas con faldas de embira se acomoda en sillas de plástico. Uno de los hijos de Isaias, Iakarynauê, de 10 años, también lleva una falda de embira.

Llega un minibús de la Universidad Federal de Paraíba (UFPB) con estudiantes traídos por Lusival Antonio Barcellos, profesor de ciencias religiosas. En el grupo se encuentra Surama Santos Ismael da Costa, una matemática que, tres semanas más tarde, defenderá su tesis doctoral sobre el mismo ritual en la UFPB, supervisada por Barcellos (quien también está asesorando la tesis de maestría de Isaias).

Surama le explica al periodista que el discurso que le resulta incompresible es el padrenuestro en lengua tupí:

Oré rub, ybákype tekoar

I moetepýramo nde rera t’oîkó

T’our nde King!

T’onhemonhang nde remimotara ybype

Ybákype i nhemonhanga îabé!

Oré remi’u, ‘ara îabi’ondûara, eîme’eng kori orébe.

Nde nhyró oré angaîpaba resé orébe, oré rerekomemûãsara supé oré nhyrõ iabé.

Oré mo’arukar ume îepé temptation pupé, oré pysyrõte îepé mba’ea’iba suí.

Una vez encendido el fuego, el ritual comienza con el sonido de una gaita, un tipo de flauta elaborada con una calabaza. El chamán entona la canción inicial y los demás repiten las estrofas. “Quién pintó la porcelana fina / Fue la Flor de la Maravilla / Padre, Hijo y Espíritu Santo / Hijo de la Virgen María”, dice uno de ellos

La bebida que se sirvió fue prepara por Isaias con jurema branca (jurema blanca, tal vez Mimosa verrucosa), agua fría, vino, miel, hojas, además de corteza y raíces o semillas de plantas que no revela. Cada visitante recibe medio vaso de plástico desechable de 200 ml, cuyo uso es impuesto por la pandemia (antes, todos usaban el mismo cuenco). Sólo el chamán, los ancianos y los iniciados toman la bebida varias veces a lo largo de la ceremonia.

El sabor es vegetal, dulce y alcohólico, recuerda al licor de genipapo. No tiene ningún efecto psicodélico, como dijo el chamán. “Esto no contiene alucinógenos, pero sí contiene energía”, asegura Isaias. “Es un portal de permiso para la espiritualidad. Depende de ti”.

En su tesis de doctorado sobre el ritual, que tardó cuatro años en completar, Surama describe el efecto que la bebida tuvo en ella:

Después del tercer cuenco de Jurema, reinó la paz dentro de mí. Él [Isaias] se inclinó a mis pies y comenzó el ritual de fumar. Temía sentirme mal por el humo, pero para mi sorpresa, cuando el Caboclo sopló su pipa, colocando su boca en la abertura del hornillo, en el extremo opuesto a donde la gente normalmente inhala, el humo agudizó mis sentidos mientras envolvía mi cuerpo.

Percibí el maravilloso aroma de las hierbas que se quemaban, escuché el sonido de la maraca más intenso y puro, y sentí aún más el dulce sabor de la Jurema en mi boca. Mi cuerpo temblaba. Sin fuerzas en mis piernas, caí de rodillas al suelo. En ese momento, tuve una explosión en mi corazón, que lo hizo latir a un ritmo acelerado, incompatible con la calma que me habitaba.

La ceremonia continúa hasta las 10 de la noche con la entonación de varios versos en los que se invoca a Jurema, a otros caboclos y a Oxóssi. “Llamo a las mujeres caboclas de la piedad, las llamo para que vengan a ayudarnos / Dónde está la fuerza de Jurema, dónde está la fuerza que da Jurema / Oh mujeres de la piedad, oh mujeres de la piedad, tengan piedad de mí, tengan piedad de mí”.

Algunos participantes bailan en círculo alrededor de la mesa, en sentido contrario a las agujas del reloj, golpeando el suelo con los pies descalzos, algunos marcando el ritmo con maracas. Además de Isaías y uno de los ancianos, tres mujeres negras entran en trance y reciben entidades. Encorvadas, con una mano en la frente y la otra en la espalda, emiten gruñidos y sonidos que parecen ruidos de animales. La luna brilla entre las hojas del palo de hierro.

Hacia el final, una de las señoras sentadas invita a quien lo desee a consultar al Caboclo das Matas Sagradas (Caboclo de los Bosques Sagrados) incorporado por Guarapirá. Se forma una larga fila.

Una a una, las personas se arrodillan ante el pajé en trance. El Caboclo les transmite mensajes con voz inaudible, les toca los hombros, la cabeza o el pecho, envolviéndoles en el copioso humo que sale de la pipa soplada por la boquilla.

Cuando se cierra la mesa de la Jurema, una vez más, después de tocar la gaita, todos cantan: “El caboclo del pueblo cuando va al mar a pescar / De su cabello hace la hilaza, de la hilaza hace landuá / Los caboclos en la aldea sessando la arena” (la landuá es una red de mano en forma de embudo para pescar peces pequeños, y el verbo sessar significa tamizar).

Después, la comitiva se dirige a la casa del chamán en el pueblo de Lagoa do Mato. Se sirve una cena de tapioca, arroz y pescado en cuencos de plástico, en un ambiente de alegría y comunión. Dos oficiales de la policía militar comparten la comida. El destacamento se creó, según dicen, para dar seguridad a 32 aldeas del pueblo potiguara en los municipios de Baía da Traição, Rio Tinto y Marcação.

Este lugar no siempre fue tan pacífico. La policía blanca, antes y después del reconocimiento del grupo étnico, a partir de 1930, siempre estuvo a favor de los propietarios de los ingenios azucareros que habían invadido las tierras potiguara. Los rituales fueron reprimidos o prohibidos por los catequistas y administradores portugueses en la época colonial, su lengua fue erradicada y los chamanes fueron condenados por la Inquisición como hechiceros; este prejuicio sigue muy extendido hoy en día.

En el siglo XX, la burocracia indigenista (el SPI, el Servicio de Protección al Indígena del mariscal Cândido Rondon y la Funai a partir de 1967) empezó a considerar rituales como el toré, con o sin el uso de la jurema, como una clara señal de “indianidad”. Esta era una de las condiciones necesarias para formalizar los territorios indígenas. La resurrección de las ceremonias ocupó el epicentro del movimiento de etnogénesis en el noreste, un resurgimiento de los pueblos indígenas que habían perdido sus tradiciones.

Isaias escuchó este llamado en un sueño. Estaba debajo de un árbol que parecía una cueva. Vio a jefes del pasado y del presente, entristecidos por la débil espiritualidad de los potiguara. Caboclo da Mata Virgem y Cabocla de Oxóssi da Jurema lo llamaron a “buscar la fuerza de los encantados para elevar su fuerza”. El futuro pajé Guarapirá se dedicó entonces a estudiar en dos frentes. El de los chamanes mayores, como el difunto Chico, con quien aprendió la ciencia de la Jurema: cómo preparar el vino, dónde encontrar y cómo utilizar las plantas de poder, la fuerza de las pipas, los tambores y las maracas.

Y el de la universidad, en donde se especializó en Educación. Estudió tupí antiguo para enseñar la lengua y ahora cursa una maestría en Ciencias Religiosas en la UFPB.  Isaias es director de la escuela municipal Celina Freire Rodrigues, en el pueblo vecino de Cumaru, que tiene unos 80 alumnos de primaria. Enseña tupí allí y en la escuela secundaria Angelita Bezerra, en la aldea de Silva de Belém, en el municipio de Rio Tinto, que tiene doscientos alumnos.

“El ritual espiritual debe continuar”, dice Isaias, sin embargo, se niega a darle el nombre de Catimbó o Jurema. “Este es un ritual potiguara, resultado del mestizaje. Veneramos algunas entidades, hay cantos con nombres de santos, pero es nuestro ritual, para ganar más fuerza”.

Los rituales fueron reprimidos o prohibidos por los catequistas y administradores portugueses en la época colonial, su lengua fue erradicada y los chamanes fueron condenados por la Inquisición como hechiceros; este prejuicio sigue muy extendido hoy en día.

La sesión de Catimbó Jurema en Natal, en el barrio de Redinha, termina alrededor de las 5 de la mañana, con relatos de las experiencias vividas por los participantes, cada uno, en su turno, sostiene el bastón traído por el maestro Breno. Algunos se emocionan al hablar sobre la tristeza y el trauma.

Después de un largo ayuno, es hora de comer una mezcla de aperitivos: marañón (anacardos), papas fritas, mini muslos de pollo, pan y pastel, traídos por los visitantes. Desincorporado de la maestra Ritinha, André Luiz, enfermero y terapeuta integrativo, habla con el periodista. Él dice que sintió un fuerte campo alrededor del visitante, como una barrera defensiva. Cuando logró superarla, primero notó un enfoque en los pulmones, “que, en la medicina china, es el lugar de la tristeza”.

Añade que el mayor problema estaba en el estómago: “algo muy oscuro, un nudo de suciedad”. Pregunta si el periodista relaciona esto con algún problema de salud. Se menciona una cirugía de próstata, a lo que el médium reacciona con: “¡Oh, eso es entonces!”

Sin embargo, la operación había tenido lugar casi tres años antes, y las pruebas realizadas desde entonces indican una recuperación completa. El reportero quiere decir que todo el mundo tiene algún problema en el abdomen (diarrea, cólicos, náuseas, acidez estomacal, gases, problemas de hígado, vesícula biliar, dolores de estómago…), pero guarda ese pensamiento para sí. “Tu curación no fue hace tres años. Fue hoy”, responde el dueño de la casa. “A partir de aquí, pasarán cosas en tu vida”.

Tres semanas después, de vuelta a São Paulo, el escéptico se despierta a las 4:23 de la madrugada con dolores en el estómago, que aumentan hasta el punto de tener que ir al hospital: las piedras encontraron la forma de salir de su riñón izquierdo. Ni siquiera bajo los efectos de la morfina está convencido de los poderes de la Maestra Ritinha, pero le agradece a ella y a la Jurema el gesto de cuidado.

Traducción de Jenny Nava Díaz
Portada de Mariom Luna

Esta es la tercera parte de una serie publicada originalmente en portugués por el diario brasileño Folha de S.Paulo. https://www1.folha.uol.com.br/ilustrissima/2022/07/cultos-com-alucinogeno-da-jurema-florescem-no-nordeste.shtml

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