Patrick Farrell es un editor y escritor que vive en Toronto. Forma parte del equipo editorial de Crónicas Chacruna, donde apoya nuestra serie sobre la historia de la mujer en psicodélicos.
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Patrick Farrell é um editor e escritor que mora em Toronto. Ele faz parte da equipe editorial do Chacruna Chronicles, onde apoia nossa série sobre a história das mulheres nos psicodélicos.
La descripción de Simone de Beauvoir del encuentro de Jean-Paul Sartre con la mescalina en 1935 es el relato sorprendente de una experiencia psicodélica que salió mal. El episodio aparece en el segundo volumen de sus memorias, The Prime of Life (1960), y describe un momento de sus vidas mucho antes de sus ascensos como dos de los filósofos más famosos de Francia. A mediados de siglo XX, alcanzaron fama mundial. Más allá de su obra feminista histórica El segundo sexo (1949), de Beauvoir fue una novelista consumada (su novela de 1954 Los mandarines ganó el prestigioso Prix Goncourt de Francia), y fue editora fundadora del influyente periódico Les Temps Modernes. Junto con Sartre, de Beauvoir se convirtió en una figura destacada no sólo del existencialismo francés, sino que también participó de manera destacada en el activismo político de la posguerra.
El mal viaje de Sartre fue capturado vívidamente por la prosa de de Beauvoir: “Los rostros adquirieron características monstruosas […] un poco más allá del rabillo del ojo pululaban cangrejos y pólipos y cosas que hacían muecas”. La experiencia resultó en un periodo de depresión para Sartre, pero ella se mostró reacia a culpar a la mescalina. De hecho, había muchas razones para estar deprimido en este momento, entre ellas (a sus ojos) la perspectiva inminente de cumplir treinta años: de Beauvoir acababa de cumplir 27, y Sartre pronto cruzaría el umbral. Socialmente, Francia y Europa en general continuaron tambaleándose en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, que vio el surgimiento de movimientos políticos autoritarios y fascistas. Quizás igualmente importante, el relato sobre el mal viaje de Sartre destaca la extrema desconexión de las consideraciones emocionales, espirituales y ceremoniales que a menudo ocurrieron en esa etapa temprana del uso de psicodélicos en Occidente.
Beauvoir y Sartre: dos jóvenes escritores enamorados
Al momento de la experiencia de Sartre con mescalina, habían pasado cinco años desde que hicieron un pacto para ser el “otro necesario”; ni casados ni monógamos, sin embargo, permanecieron devotos el uno al otro hasta la muerte de Sartre en 1980. Se habían conocido en 1928, pero se acercaron al año siguiente, después de ocupar el primer (Sartre) y el segundo (Beauvoir) lugares en filosofía en los prestigiosos exámenes nacionales de Francia. Como intelectuales, se inspiraron en la literatura, el arte, la música, el cine, la historia y la filosofía; creativamente, querían ser escritores de ensayos, obras de teatro, cuentos o novelas, no importaba, siempre y cuando escribieran.
De manera asombrosa y sin exagerar, de Beauvoir leyó y editó todo lo que Sartre publicó, manteniendo al mismo tiempo su formidable producción propia. Cuando de Beauvoir era adolescente, su trabajo era tan notorio en la escuela y entre sus compañeros de clase, que le pusieron el apodo de “Castor”. Su incansable estudio dio lugar a obras que aún asimilamos, entre ellas sus obras maestras El segundo sexo (1949) y La mayoría de edad (1970). Pero estos logros monumentales aún estaban lejanos en el futuro.
Alcohol y anfetaminas
De Beauvoir disfrutó de la libertad que como instructora le brindaba la escuela de niñas Jeanne-d’Arc, en Rouen, al noroeste de París. Sartre tomó un puesto de profesor cerca de la ciudad costera de Le Havre, pero se sentía oprimido por su situación. Temía que sus mejores años habían quedado atrás y que, como ella escribe, no habría más “revelaciones frescas y cegadoras. Los dos todavía estábamos en el lado correcto de los treinta y, sin embargo, nunca nos sucedería nada nuevo”.
De Beauvoir tuvo una relación larga y compleja con sustancias intoxicantes. Ella era una bebedora alegre, y en ese momento bebía bastante; Sartre se quejaba de que cuando bebía demasiado se volvía demasiado sentimental y poética, lo que se combinaba con una fina intuición. Ella no estaba de acuerdo y apreciaba la capacidad del vino y el licor para reducir sus defensas emocionales. De todos modos, era algo hipócrita e irónico de parte de Sartre ser tan crítico con ella, ya que él tenía sus propios excesos con el alcohol y las sustancias.
Sartre consumía regularmente la anfetamina orthedrina, y más tarde corydrane (una mezcla de aspirina y anfetamina), que en Francia estaban disponibles sin receta hasta que se prohibieron en la década de 1960. Más tarde, hablando de su uso de speed, él recordó que “Los médicos dijeron que ahora es peligroso. Lástima, porque me encantó […] Hacía que mi mano se moviera tan rápido que no podía escribir más”. Beauvoir también tuvo ocasión de consumir estas sustancias, pero nunca en la medida de Sartre, de quien se decía que era adicto. Ella dejó de usarlos por completo en la década de 1950.
Fenomenología y fascismo
Como muchos jóvenes intelectuales de la época, estaban entusiasmados con la fenomenología, que puso el énfasis en la experiencia subjetiva directa de cada individuo; el objetivo era centrarse en la propia experiencia sin prejuicios, libre de categorías conceptuales, abstracciones e ideologías. Haciendo hincapié en la experiencia directa incorporada, la fenomenología proporcionó la base del existencialismo emergente de Sartre y de Beauvoir. “La novedad y la riqueza de la fenomenología me llenaron de entusiasmo”, escribió ella, “sentí que nunca me había acercado tanto a la verdad real”.
Eventualmente de Beauvoir visitó a Sartre en Berlín, donde estudiaba. El partido nazi había llegado al poder recientemente, y los dos estaban incrédulos de que una ideología hipernacionalista, tan militarizada y violenta, hubiera ascendido al poder. Vieron desfiles de camisas pardas en Hamburgo; y de Beauvoir fue reprendida en Dresde por usar lápiz labial. Ella comentó que el país “no se siente como una dictadura” y que, al menos en los bares y cafés, socializar era “increíblemente libertino”.
Crustáceos, pareidolia y depresión
De vuelta en Francia, Sartre probó la mescalina, después de que un amigo sugiriera que “provocaba alucinaciones”, pero le advirtió que “sería una experiencia levemente desagradable, aunque no menos peligrosa”. De Beauvoir registró que Sartre pensó que podría ser útil probar la mescalina, ya que produciría un estado anormal de conciencia, de acuerdo con sus intereses de la época en “sueños, imágenes inducidas y anomalías de la percepción”.
El reciente estudio de Michael Jay sobre la mescalina describe cómo, en el momento de la experiencia de Sartre, los artistas e intelectuales la buscaban ampliamente para su uso “no como una epifanía espiritual ni como una psicosis modelo, sino como una zona de posibilidad estética, creativa y existencial”. La severa “desespiritualización” del uso de mescalina en ese momento también es digna de mención, cuando Jay describe cómo el libro del farmacéutico Alexandre Rouhier Peyote: The Plant That Fills the Eyes with Marvels (1926) había popularizado en Francia los ritos indígenas del peyote de varias tradiciones, y critica la creciente y común suposición de que el consumo de mescalina, independiente del cactus y sus rituales, era una experiencia equivalente. Rouhier pensó en el peyote como una “paleo-farmacia adivinatoria”, algo que se debe respetar y reverenciar, no meramente como una sustancia química para inducir cambios en la función y percepción.
Esa fría mañana de invierno, cuando Sartre visitó a Lagache en el Hospital Saint-Anne, en París, para ser inyectado con mescalina, fue en un entorno altamente clínico, desprovisto de elementos rituales, ceremoniales, espirituales o incluso médicos. El objetivo, había dicho Lagache, era alucinar, que es lo que Sartre hizo. Según lo acordado, de Beauvoir esperaría en el apartamento de un amigo y llamaría al hospital después de unas horas. Cuando ella llamó, Sartre dijo con “voz gruesa y borrosa, que mi llamada telefónica lo había rescatado de una batalla con varios peces diablo”. Fue a Saint-Anne’s a buscarlo. En el vagón del tren, de camino a casa, Sartre guardó silencio, y sólo habló para contarle a de Beauvoir sobre los “escarabajos peloteros” en sus zapatos y sobre un orangután “lascivo” que él creía que, colgado de sus pies, los miraba desde fuera del tren.
Durante los días siguientes, de Beauvoir y Sartre se mostraron extrañamente incomunicados; ella registra haberse sentido irritada por su “hosquedad”. Más tarde se enteró de que él pasaba por un estado de depresión severa. La experiencia con mescalina le había afectado de manera profunda, y estaba ansioso y temeroso. Vio caras por todas partes, “las casas tenían caras lascivas, todas con ojos y mandíbulas […] cada esfera de reloj […] las características de un búho”. De Beauvoir consideró probable la advertencia de Lagache, que posiblemente experiencias y pensamientos sombríos impulsarían a Sartre en esa dirección. Probablemente, no ayudó que la visión de Sartre se hubiera visto gravemente comprometida desde que perdió la vista de su ojo derecho, debido a una enfermedad infantil.
Lo más famoso es que a partir de ese momento, periódicamente, lo acompañaba algún tipo de crustáceo; Beauvoir se refiere a una “langosta trotando detrás de él”, aunque en una entrevista posterior describe una pluralidad de “cangrejos y langostas”. La situación se puso tan desesperada que Sartre realmente pensó que estaba en riesgo de psicosis. En cierto momento de Beauvoir trató de calmarlo: “Tu única locura, es creer que estás loco”. “Ya verás”, respondió él con tristeza.
Dejando un legado
Leer el relato de Beauvoir sobre el mal viaje de Sartre es importante por varias razones. En primer lugar, Sartre tenía muy poco que decir al respecto; y lo poco que hizo, en el eventual texto La psicología de la imaginación (1938), no menciona los crustáceos pisándole los talones. Sin embargo, en una entrevista de 1972 con John Gerassi, revisitó la experiencia:
Nunca probé coca, opio o heroína. O LSD para el caso, aunque supongo que tiene algunos efectos similares que el peyote, ya sabes, la mescalina, que solía tomar. Creo que fue así como empecé a alucinar mis cangrejos y langostas. Pero no era desagradable. Caminaban conmigo, a mi lado, pero sin amontonarse, muy cortésmente, es decir, sin amenazar. Hasta que un día me harté. Sólo dije, de acuerdo, fue suficiente, y desaparecieron. Me gustó mucho la mescalina. Y eso que, como sabes, no soy un amante de la naturaleza.
El relato de de Beauvoir es quizás el más valioso, ya que registra un momento antes de que cualquiera de los dos escritores adquiriera su reputación. Ella describe su lucha comprometida por los temas característicos de lo Beauvoiriano y Sartreano, como la “libertad”, “responsabilidad” y “elección” en un momento de creciente radicalización y polarización en la sociedad francesa, y en general. No es difícil, aunque sí un poco especulativo, imaginar que las langostas y los cangrejos que marchaban junto a él estaban asociados de alguna manera con las botas fascistas que habían visto en Alemania unos meses antes.
Además, junto con el sentido fatalista de sus propios fracasos, de que cumplir treinta años equivalía a una crisis personal, no es de extrañar que la experiencia de Sartre con mescalina fuera tan perturbadora, y muestra hasta qué punto el “espacio mental” de una persona puede afectar una experiencia psicodélica, por no hablar ahora del set y setting (actitud y entorno).
Finalmente, el fascinante relato de Beauvoir sobre este episodio es un tesoro literario por derecho propio. Quizás lo único que podría mejorarlo, desde esta perspectiva, hubiera sido si ella misma hubiera tomado mescalina, o mejor aún, peyote. Sus palabras son lo suficientemente vívidas y precisas para describir las experiencias de los demás; sólo podemos imaginar lo que podría haber escrito si hubiera sido ella quien encabezara el desfile de langostas.
Portada de Mariom Luna