Marcelo Leite
Marcelo Leite es un periodista científico brasileño. Actualmente escribe el blog Virada Psicodélica. Su libro "Psiconautas - Viajes con la ciencia psicodélica brasileña" salió a la venta en mayo de 2021.
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Marcelo Leite é jornalista científico brasileiro. Atualmente escreve o blog Virada Psicodélica. Seu livro “Psiconautas - Viagens com a Ciência Psicodélica Brasileira” foi lançado em maio de 2021.
De 1957 a 1967 Buenos Aires tuvo miles de sesiones de análisis de LSD
La argentina Susana García, que ahora tiene 84 años, vive en Fortaleza (Estado de Ceará, Brasil). Cuando tenía 18 años y aún vivía en Buenos Aires, fue rescatada tras tocar fondo debido a trastornos mentales. Su padre se estaba muriendo de cáncer y ella, con anorexia severa y pesando 38 kilos, renació con LSD.
García encontró alivio no (solo) con la sustancia alteradora de la conciencia, sino con el tratamiento proporcionado por el Dr. Alberto Fontana, que utilizaba drogas psicodélicas, como el ácido lisérgico, la psilocibina y la mescalina, para facilitar el acceso a traumas e impulsos reprimidos. García acudió a Fontana por sugerencia de su hermana, psicóloga, que conocía la fama adquirida por el psicoterapeuta y sus métodos.
El psicoanalista no fue el único que utilizó psicodélicos en la psicoterapia en Argentina, un tratamiento que estuvo cerca del reconocimiento oficial en la profesión. Una de las figuras más destacadas del grupo defensor de los psicodélicos fue Luisa Gambier de Álvarez de Toledo, que entre 1956 y 1957 fue presidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), fundada en 1942.
Álvarez fue una figura singular. Además de ser la primera mujer en presidir la APA, defendió que los propios psicoanalistas usaran psicodélicos para autoconocerse y experimentar lo que ofrecían a sus pacientes.
Álvarez fue una figura singular. Además de ser la primera mujer en presidir la APA, defendió que los propios psicoanalistas usaran psicodélicos para autoconocerse y experimentar lo que ofrecían a sus pacientes. En 1960 publicó en la Revista de Psicoanálisis el artículo “Ayahuasca”, en el que relata lo vivido en dos ceremonias chamánicas con la infusión en la selva peruana y lo compara con el contexto psicoanalítico.
“Las fantasías que surgen bajo el efecto de la droga alucinógena, en el tratamiento analítico, pierden su ‘realidad’ al ser interpretadas, logrando una mayor conexión y adaptación al mundo externo”, escribe. “A cambio, el hechicero parece adquirir, reforzar y mantener una fantasía omnipotente a través de la droga, a la que apoya y consiente”.
Conocí esta fascinante historia a través de dos artículos. El primero fue escrito por Zoë Dubus, una historiadora de la medicina francesa que escribió el texto “LSD y Ayahuasca en Argentina: El trabajo pionero de una psicoanalista en los años 50” para Chacruna.
El otro artículo, de Rodolfo Olivieri y Luís Fernando Tófoli, apareció en el International Journal of Drug Policy con el título “Psychoanalysis and Psychedelics: Una historia censurada en Argentina”. El título, por supuesto, ya delata el spoiler: la innovadora iniciativa no dio ningún fruto duradero.
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En primer lugar, conviene señalar que el caso argentino no era una rara avis. En los años 50 y 60, el laboratorio suizo Sandoz enviaba LSD, bajo el nombre comercial de Delysid, a los médicos que querían experimentar con la droga creada en 1938 por su químico Albert Hofmann. Muchos se dedicaron a ello —en Estados Unidos, Canadá, Europa e incluso en Brasil, sobre todo el psiquiatra Murilo Pereira Gomes— hasta finales de los años 60, cuando la droga se popularizó entre la contracultura y acabó siendo ilegalizada.
En Buenos Aires, el matrimonio del psicoanálisis y los psicodélicos no duró más de una década. Tras presidir la APA, Álvarez fue condenada al ostracismo por sus colegas conservadores, que veían en los psicodélicos un flanco abierto para los ataques a la profesión.
Olivieri escribe en su tesis de máster que en 1961 la Revista de Psicoanálisis publicó un anuncio a toda página advirtiendo de que “las desviaciones ligadas al uso de drogas —LSD, mescalina, benzedrina, tranquilizantes, cortisona, etc.— no deben considerarse tratamientos psicoanalíticos”. Olivieri presentó su trabajo al comité de tesis en mayo de este año, pero el texto, titulado “Fuerzas extrañas: Una colaboración psicoanalítica sobre el efecto visual de la ayahuasca”, aún no está disponible en línea”.
En aquella época, los psicoanalistas de Argentina y de otros países intentaban diferenciar su trabajo del de los psiquiatras, que a su vez se orientaban hacia un paradigma farmacológico. Los trastornos del estado de ánimo, desde este segundo punto de vista, eran producto de desequilibrios bioquímicos en el cerebro y debían tratarse con medicación, mientras que la ortodoxia analítica favorecía la llamada cura hablada (con un poco de refuerzo de LSD, debería decir).
Hoy, cuando el Renacimiento Psicodélico de la década de 2000 ha sufrido un gran golpe con el rechazo de la FDA a la psicoterapia con MDMA para el trastorno de estrés postraumático, nos encaminamos hacia una disociación similar.
Hoy, cuando el Renacimiento Psicodélico de la década de 2000 ha sufrido un gran golpe con el rechazo de la FDA a la psicoterapia con MDMA para el trastorno de estrés postraumático, nos encaminamos hacia una disociación similar. Ni siquiera se trataba de combinar los psicodélicos con el psicoanálisis, sino con técnicas psicoterapéuticas menos controvertidas, aun así, tras el fiasco los inversores e investigadores prefieren restar importancia al tratamiento psicológico y hacer hincapié en los efectos bioquímicos como la neuroplasticidad.
Álvarez, Fontana y sus colegas psicodélicos sucumbieron a esta debacle. Abandonaron la APA, pero continuaron con sus tratamientos, que iban desde dosis mínimas (medio microgramo por kilo de peso) hasta dosis completas de LSD, o equivalentes con otras sustancias. La dosificación, o “sesión combinada”, solo tenía lugar unos dos meses después de iniciada la terapia, con la relación psicoanalista/paciente ya bien desarrollada.
Otra innovación fue el uso de psicodélicos en sesiones de grupo, utilizando técnicas de psicodrama. Susana García cuenta que las pastillas se daban sobre las 20:30 o 21:00 horas a los pacientes reunidos, que pasaban toda la noche trabajando con los terapeutas, hasta las 4:00 o 5:00 horas, cuando se les suministraba medicación para frenar el efecto lisérgico.
Luego dormían hasta mediodía en la clínica y, cuando se despertaban, se les ofrecía comida con cariño. Los que experimentaban dificultades emocionales se quedaban para una sesión individual con el psicoanalista, y los demás se iban a casa.
Fontana describe detalladamente la metodología en su libro de 1965 Psicoterapia con LSD y otros alucinógenos, que se publicó en Brasil cuatro años después (Mestre Jou, 1969), con traducción del poeta y ensayista Jamil Almansur Haddad. En total, su clínica trató a 1.106 pacientes en diez años, pero en el libro presenta algunos datos solo sobre los 500 que seguían en tratamiento en la clínica, el 83% tenían entre 18 y 35 años, y la mayoría (58%) eran mujeres.
Antes de este grupo, otros médicos habían utilizado el LSD y drogas similares, como el pionero Enrique Pichon-Rivière. Alberto Tallaferro, que había estudiado con Wilhelm Reich en EE.UU. en 1952, publicó en 1956 el volumen Mescalina y LSD 25: Experiencias, valor terapéutico en psiquiatría, que describe los resultados positivos obtenidos en 1.117 sesiones psicodélicas.
El grupo de Fontana hace hincapié en la transferencia (proyección de los afectos del paciente sobre el psicoanalista) y en la influencia de los psicodélicos sobre este pilar interpretativo del tratamiento psicoanalítico. En particular, señala que el efecto de la droga se produce en los dos polos de la relación: “Cuando el psicoterapeuta propone la sesión combinada, pierde su omnipotencia frente al paciente, que entonces recurre a la droga”.
“El terapeuta, en este punto, debe resignarse, comprender e interpretar el desplazamiento al fármaco de la magia que antes se había depositado en él. Decimos resignarse porque, a través de la contratransferencia, el médico tiene la sensación de haber sido despojado de algo que lo protegía y, si no lo admite e interpreta, puede reaccionar con agresividad y miedo.”
Uno se pregunta cuánto miedo puede haber habido en el agresivo rechazo de la psicoterapia asistida por psicodélicos por parte del establishment biomédico, del que la decisión de agosto de la FDA ofrece el máximo ejemplo. No es fácil resignarse a la pérdida de una asimetría que quita tanto poder al paciente para el monopolio del médico, aunque en apariencia todo el efecto terapéutico se atribuya al fármaco.
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Nota: Este artículo se publicó originalmente en portugués en Folha de S.Paulo aquí.
Traducción de Ibrahim Gabriell
Portada de Pedro Mulinga