Samantha Black es candidata a doctorado en psicología en la Universidad de Saskatchewan y profesora en la Universidad de las Primeras Naciones de Canadá. Su investigación se centra en la salud comunitaria, el bienestar 2SLGBTQI +, el proceso de duelo, las terapias creativas y las estrategias de descolonización.
Hola amigos, me gustaría compartir algunas experiencias que he tenido durante mis muchos años en la medicina tradicional. Mi nombre es Wilma Mahua Campos, soy hija de un anciano curandero llamado don Benjamín Mahua Ochabano y la señora Celandine Fields Gordon. Somos de la comunidad nativa de Paoyhan, en el río Ucayali, en Perú. Tengo 44 años, soy madre de cinco hijos y pertenezco a la etnia shipibo. Somos parte de la comunidad shipibo-conibo-xetebo, cuyas tierras son la región alta, media y baja de Ucayali, en la Amazonía peruana.
Para mi pueblo, es normal que ciertos antepasados, padres y familiares transmitan enseñanzas tradicionales a sus hijos desde una edad temprana. Esto lo hago ahora con mis hijos, así como mis padres me enseñaron desde muy joven, con la ayuda de mis abuelos y tíos. Quienes valoramos nuestro linaje ancestral, desde la antigüedad hasta el presente, somos muy cuidadosos en preservar y desarrollar nuestra cultura. Desde pequeña me interesé mucho en aprender la medicina shipibo. Pasé mi infancia rodeada de curanderos ancianos y me fijé de cerca en todo lo que hacían en sus trabajos. Aprendí a preparar medicinas con hojas y plantas, a hacer pomadas, tés y cataplasmas. Desde muy joven participé en las ceremonias de ayahuasca junto a los ancianos de mi familia y vi cómo trataban a las personas que visitaban nuestras ceremonias de curación. Así, desde muy pequeña, me familiaricé con la medicina tradicional.
Cuando tenía doce años enfermé gravemente, y junto con mi familia tomé la decisión de utilizar dietas de plantas medicinales para curarme. Inicié las dietas tradicionales vegetales por mi salud y también para seguir aprendiendo. Con estas dietas cultivé mi relación con las plantas que mi gente usa para curar, y así la energía de estas plantas maestras comenzó a formarse en mi cuerpo y mente. 1 Me curé de mi enfermedad en un año, y pasé los siguientes cinco años con un deseo renovado de seguir aprendiendo sobre la medicina tradicional. Empecé a practicar medicina y a participar de nuevo en las ceremonias. En este punto me convertí en madre. Hablé con mi padre y con el tío que me crio. El nacimiento de mi primer hijo me humilló, con lo que asumí un nuevo compromiso de ser humilde y tomar decisiones correctas sobre el curso de mi vida. Después de unos meses, llevaron a cabo ceremonias para mí, donde cantaron oraciones para que comenzara con la misión de mi vida y cumpliera mi propósito en la vida.
Esas ceremonias fueron maravillosas, y comprendí que era hora de hacer realidad mis sueños en del mundo de las plantas. Sentada con mi familia, escuché a cada persona compartir sus canciones, con su propia voz. Las melodías que me cantaban eran icaros (canciones medicinales) en mi lengua, por lo que entendí todo lo que se decía de mí; mi familia me entregó el poder curativo y la energía de nuestra planta central, el Noyarao.
Con la energía de esta planta sagrada vi muchas luces, flores y diferentes visiones, y comencé de nuevo con las dietas tradicionales de plantas medicinales. No sabía bien cuándo debía terminar mis dietas, así que les dediqué un tiempo más, lo que cambió mi mente y me volví nueva. Tuve una visión de este cambio: vi una capa blanca llena de hermosos diseños, y la capa estaba rodeada por mi familia, tanto los vivos como los antepasados. En mi visión, mi familia creaba los hermosos diseños en la capa, los que estaban destinados a que yo los usara como curandera. Luego me vi en medio de la capa blanca, rodeada por los diseños curativos, y entendí que, al cumplir con mi propósito, yo también soy un diseño de mi familia.
Mi primera dieta fue con marrusa, la famosa planta inca por la que fui nombrada. Mi nombre shibibo es Inkan Kena, que significa “curandera que lleva la medicina vegetal inca”. Después de la marrusa hice dieta con chiricsanango, con noyarao, con bombizana y con muchas otras.
Hubo otra visión que nunca olvidaré. Vi que mis brazos, manos, dedos y pies se convirtieron en hojas y ramas verdes, vivas y florecientes que transformaron mi cuerpo. Luego vi lo mismo en mis sueños, y una vez, mientras estaba en un sueño lúcido, llamé a mis padres para preguntarles qué significaba esa visión. Desde dentro de mi sueño, me respondieron que esa visión era parte de mi dieta, y que el poder curativo de las plantas se estaba adaptando en mi cuerpo y mezclándose con mi espíritu, para volverse uno con mi energía; también me dijeron que desde el vientre de mi madre fui elegida por las plantas para ser sanadora. Mi padre hizo dieta con las plantas durante dos años antes de que yo naciera, para orar por un bebé que se uniera al linaje familiar de curanderos.
En los sueños, las plantas se convierten en personas y los espíritus vegetales se convierten en nuestra familia, que somos sanadores. Las plantas son espíritus que nos enseñan a curar la mente espiritual y la mente física. Las plantas nos enseñan sus canciones, que llamamos en nuestro idioma icaros. Tengo casi 23 años de experiencia con la medicina natural y estoy muy feliz de ser la mujer que soy.
Así es como mi padre y mi tío Pascual me dieron el poder y la energía para continuar mi misión con la medicina tradicional, como legado de su sabiduría. Me preparé para ser sanadora con mis padres, tíos y abuelos, algunos de los cuales ya se han ido y se encuentran en la gloria del Señor nuestro padre Dios. Gracias a su enseñanza ahora soy mujer, hija y madre en el mundo de las plantas. . Pero aprender esta forma de curar y convertirse en un curandero tradicional no es fácil, no se aprende en un año, pues se debe ser muy estricto. Toma tiempo. Se necesitan meses, días y años de pasar hambre, sed y no hablar con nadie. Durante esos años no salí a la calle y no caminaba con pasos rápidos, caminaba muy despacio y con cuidado. Comí alimentos sin sabor, sin sal, ni azúcar, sin especias o aceite; pero poco a poco me fui acostumbrando a las dietas y dominando todo lo que me pedían los espíritus vegetales.
Todo lo que hice durante ese tiempo me fortaleció, aproveché para aprender de mis padres mientras todavía estaban presentes conmigo. Aprendí a curar muchos tipos de enfermedades con dietas vegetales, cantando icaros. Cuando me volví uno con las energías de noyarao y otras plantas, me adapté para sostener y expresar mucho con la luz. Esto ha sido así durante muchos años y todavía sigo aprendiendo más y más. Nunca es suficiente, siempre hay un nuevo desafío, siempre hay más que aprender, tengo que seguir descubriendo cosas nuevas todos los días y teniendo nuevas experiencias.
Hace trece años descubrí el árbol noyarao, al que también llamamos “árbol o palo volador”. Estudié este árbol no sólo en visiones, sino también en su forma física, con la luz del sol brillante. Sus hojas retienen la luz del sol, por lo que por la noche el árbol brilla, y luces muy hermosas brillan a través de sus hojas y sus ramas. Podemos oler sus flores, tocar el árbol y con reverencia tomar su extracto. Fumamos sus hojas con mapacho (tabaco ceremonial amazónico, nicotania rusticana) y así seguimos aprendiendo de él. Bebí el árbol en mis dietas tradicionales hasta que pude vencer mis energías inferiores y entrar en contacto con los ángeles de Dios, sus oraciones, sus dones, su sabiduría, inteligencia y sobre todo la luz de la paz, el amor y muchas otras cualidades.
Tanto hombres como mujeres están llamados a este camino. En nuestras mentes ancestrales nuestros antepasados eran muy sabios, no tenían escuelas ni hospitales donde aprender, pero sabían cómo hacer sus actividades correctamente, y desarrollaron sus artes, sus medicinas, sus familias y sus comunidades. Sabían que, así como los seres humanos tienen derechos en la vida, las plantas también los tienen. Nuestros antepasados tomaron la medicina ayahuasca para diagnosticar sus problemas de salud, la utilizaron para curar a sus enfermos y descubrir las causas de enfermedades físicas, psicológicas y espirituales. Esa era la única forma que tenían de diagnosticar y curar, y supieron tratar a los enfermos dándoles de beber plantas específicas, saunas con vapor de plantas, purgas vomitivas, emplastos y ungüentos, todo ello mediante el espíritu y el cuerpo de las plantas. De esta forma curaron. Sabían el momento adecuado para administrar la medicina y cómo mantener una buena relación entre las plantas y la gente. Vieron las señales y sacaron información del sol, la luna y los otros cuerpos celestes. Eran tan genios que nunca dudaron de sus habilidades. Usaban plantas para cazar animales, pescar y para su trabajo en la granja. No usaban zapatos ni sandalias; caminaban descalzos sobre la tierra y se hacían sus propias ropas con semillas de algodón.
En el pasado, nuestra cultura era muy diferente. Por un lado, solíamos tener un gran festival cada año en el que la gente se reunía, compartía habilidades e intercambiaba. Se llamaba el festival Ani Xeati, en el que se reunieron para celebrar muchos pueblos originarios de diferentes tribus. Estos festivales tardaban meses en prepararse y duraban más de una semana. La gente se reunía para cazar, construir casas y plantar campos juntos. Las mujeres aprovechaban este tiempo para tejer nuevas prendas como faldas (chitonti), blusas (caton), tiras de tobillo (jonxe) y cinturones (chinexete). Las mujeres preparaban ropa especial para la fiesta, como la mustarchilla o el teote, que es una capa corta que se usa durante el festival. También, para la fiesta, preparaban una lanza ceremonial pintada con diseños (wino) y coronas tejidas con plumas de guacamayo o garza (maiti).
Siempre había un encuentro divertido: un primer corte de pelo, una iniciación para adolescentes, un matrimonio, una nueva casa o la construcción de una canoa. Había juegos entre mujeres y hombres para que los solteros pudieran conocerse. Hacían ceremonias para ayudar a la gente en el próximo año, bajo la dirección de los “apus” (chamanes de la montaña), los ayahuasqueros (chamanes del valle del río) y lasautoridades de los diferentes pueblos. La presencia de cada grupo era celebrada y honrada.
Ahora, en nuestro tiempo presente, la cultura sigue viva, pero no es honrada. La sociedad en general no valora a los pueblos indígenas. Debemos reconocer a los pueblos originarios de todo el mundo, como los shipibo-conibo-xetebo, porque tienen conocimientos ancestrales. Hay gente que se burla de los indígenas y dicen que son simples campesinos, sin darse cuenta de que tienen una cultura distinta, propia, y que viven la vida a su manera. En realidad, Los pueblos indígenas son muchas culturas con valores, tradiciones y conocimientos ancestrales diferentes. La cultura se nutre de la vida rural y de los campesinos, quienes desarrollan y abastecen los mercados con productos que son valorados por los consumidores, como alimentos y plantas medicinales. Soy indígena y conozco el valor de mi gente. Somos tan humanos como cualquier otra persona en el mundo. La naturaleza está llena de vida y debemos aprender a cuidarla y a valorar las cualidades curativas de las plantas y los árboles, pues la base de nuestro existir, ya que nos permiten comer y sanar. Prestemos atención, porque hay mucho más por descubrir de los pueblos indígenas.