Kathleen Harrison
Kathleen Harrison, M.A. es una etnobotánica que enseña a nivel internacional sobre las creencias globales y regionales, así como sobre las prácticas relacionadas a plantas y hongos. Se especializa en el estudio de las relaciones rituales y mitológicas con la naturaleza. Ha realizado trabajo de campo por más de cuatro décadas que incluye investigación en México, Perú, Ecuador, Costa Rica y Hawaii. Contribuyó con un capítulo para el libro, Cannabis and Spirituality: An Explorer’s Guide to an Ancient Plant Spirit Ally (Inner Traditions, 2017). En sus investigaciones con indígenas y su experiencia personal, a menudo se enfoca en la persona o en la esencia activa percibida de alguna especie ceremonial de planta u hongo. Kat cofundó Botanical Dimensions (BD) en 1985, con Terence McKenna, esta organización sin fines de lucro ha patrocinado investigación etnobotánica y proyectos de documentación en varios países. BD se ubica en el norte de San Francisco, California en donde se imparten cursos y se resguarda una biblioteca sobre etnobotánica. www.botanicaldimensions.org
El Homo sapiens, y todas las especies de Homo que nos precedieron o cohabitaron con nosotros durante una parte de nuestra historia, son de hecho mucho más jóvenes que las plantas que abrazamos. Las Cannabáceas son la antigua familia que incluye las diversas especies de Cannabis (C. sativa, C. indica y C. ruderalis) y su primo, también nuestro querido amigo, el lúpulo (Humulus lupulus). Los orígenes de esta familia de plantas se remontan a noventa millones de años. Actualmente se considera que nuestro género, el Homo, sólo tiene 2,8 millones de años. Así que los antepasados de esta planta que tanto nos gusta estuvieron haciendo de las suyas desde mucho tiempo antes de que nosotros, los bípedos, apareciéramos para apreciar a sus frondosas descendientes. Los antepasados de la Cannabis que ahora conocemos convivieron con los dinosaurios y con muchas otras formas de vida que ya han desaparecido. Toda esa experiencia acumulada está en la historia de la Cannabis, escrita ahí mismo, en los genes de cada brote de nuestra querida hierba.
Cuando los humanos personificamos una especie vegetal, lo que significa es que percibimos la persona que la planta presenta, el carácter de la planta. La personificación es algo que hacen incluso los humanos modernos, aunque la mayoría de las veces de forma inconsciente. Nombramos huracanes, incendios forestales, enfermedades, y hablamos de ellos en términos de cualidades y motivaciones humanas.
¿Quién es ella?
La cannabis ha sido un personaje de este mismo drama humano durante al menos los últimos diez mil años, y muy probablemente mucho más tiempo. Ella, el género Cannabis, ha sido vista y sentida como un ser, o una deidad, en múltiples culturas. Digo ella, porque tanto históricamente como ahora en la cultura occidental, ese es el género que muchos de nosotros experimentamos cuando nos relacionamos con la Cannabis.
Hace ocho mil años, las semillas de Cannabis se utilizaban como alimento en China. Hace seis mil años, los chinos cultivaban una antepasada de la Cannabis sativa por las fibras de su tallo, como cáñamo para fabricar cuerdas y tejidos. Sabemos que los chinos empleaban partes de la planta como medicinas para diversas dolencias hace cinco mil años. Hace al menos tres mil años, en toda Asia Central y quizás más allá, las semillas se utilizaban ampliamente en rituales, como ofrendas en invocaciones y también se dejaban con las flores en las tumbas. Se utilizaba mucho como incienso que podía afectar a cualquiera que respirara su humo ambiental. Mientras tanto, la Cannabis indica se había establecido bien en el subcontinente indio, donde arraigaron tanto los usos rituales como los medicinales. Hace 2500 años, se introdujeron en el norte de Europa especies y semillas de Cannabis procedentes de Asia. La Ruta de la Seda asiática debió de comerciar y transportar desde los mitos de la planta hasta su medicina. Desde el siglo XVI hasta hace sólo ochenta años, la Cannabis fue muy apreciada aquí en Norteamérica como una excepcional hierba medicinal y una fuente de fibra totalmente útil. Las cosas cambiaron después, el estamento médico y legal del gobierno demonizó oficialmente la planta, y sólo hasta ahora estamos saliendo de este absurdo siglo de prohibición de los dones de la naturaleza.
Sabemos que la medicina, el alimento y el incienso acre de la cannabis fueron valorados durante los últimos milenios, pero no sabemos tanto sobre su historia de personificación en las muchas regiones étnicas de Asia y África. Había rituales de grupo humeantes, aceites calmantes y tés medicinales eficaces. Seguramente hubo historias y canciones sobre ella. Hay algunas referencias literarias antiguas sobre cómo se la percibía.
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En la antigua China, Ma era el nombre de la deidad residente en el cáñamo, la utilísima fibra que procede del tallo de la cannabis. En el pictograma del cáñamo aparecen dibujadas tanto la planta masculina como la femenina, sentadas en el interior de un refugio o casa. (Las especies de cannabis son dioicas, lo que significa que producen flores masculinas y femeninas en plantas separadas. El viento es el polinizador que permite que el polen masculino fecunde a las femeninas). El cáñamo ha sido una planta de utilidad fundamental para cientos de generaciones de humanos. Ma era, pues, el espíritu de la que crece, de la que nos viste, de la que ata, de la que lo une todo. Las especies textiles y de cordelería son esenciales para las culturas humanas, y el cáñamo ha sido apreciado como la más utilitaria de las especies desde los días en que todo crecía silvestre y todos éramos nómadas. El cáñamo seguía siendo crucial para nuestros materiales cuando los grandes veleros europeos partieron en busca de las riquezas del mundo, pero, para entonces, los europeos del siglo XVI, cristianos en su mayoría, no estaban tan interesados en las deidades naturales residentes en las plantas que cultivaban las fibras para sus cuerdas, velas y banderas.
Como apasionada de las plantas que soy, tengo métodos para conocer una especie. Soy en parte botánica y en parte espiritualista. Cuando, en el sendero, me encuentro con una especie de planta que es nueva para mí, intento acordarme de seguir un protocolo respetuoso que he desarrollado. Observo la planta, trato de ver su verdadera forma y textura, dónde y cómo se unen sus hojas al tallo, a qué me recuerda su flor o su semilla, cerca de qué otras especies crece. Me pregunto a qué familia podría pertenecer, lo que puedo adivinar si conozco los rasgos característicos de su familia, o quizás ya conozco bien a algunos de sus primos. Entonces pregunto, con mi voz interior: “¿Quién eres?”. Doy tiempo al tiempo. Con la mente vacía y en silencio, espero lo que surge en mí como respuesta. Puede ser una imagen, palabras o un nombre, pero lo más probable es que sea un sentimiento. Me gusta pensar que puedo percibir la sensación que tiene la planta de ser ella misma en el mundo. Pero esto es sólo mi primera presentación, el apretón de manos inicial. Se tarda mucho tiempo en conocer de verdad a una persona, y lo mismo ocurre con una planta. Si juzgara a todas las personas sólo por la primera impresión que me causan, no me importaría tanta gente buena y probablemente no sabría quiénes son. Se necesita una paciencia atenta para conocer bien a alguien, para confiar en él, para saber que puede tener varios lados pero que es un buen amigo para mí, o un colega fiable. Lo mismo ocurre con las plantas, y especialmente con las que nos metemos en el cuerpo, plantas que nos alteran. He aprendido durante años de instrucción de los pueblos nativos, y de enseñar a los estudiantes sobre el conocimiento y las prácticas de las plantas, que la mayoría de los seres humanos tienen habilidades altamente sintonizadas para sentir, leer y entender a otros seres humanos. Estas habilidades son a menudo intuitivas, pero capaces de rastrear y archivar muchas señales y diferentes tipos de información. Quienes no están formados en morfología botánica y sistemas taxonómicos a menudo se sienten perdidos a la hora de “leer” una planta. Con el tiempo, uno puede aprender a leer una planta de forma intuitiva haciéndolo, practicando. Yo elijo estar a caballo entre el conocimiento científico y el intuitivo y, de hecho, me parece una forma encantadora de caminar por el mundo natural. Para conocer una nueva especie o una planta que creías conocer, te sugiero que empieces por el enfoque personal: ¿Quién eres? ¿Por qué estás aquí? ¿Puedo arrodillarme a tu lado? ¿Es posible que lleguemos a conocernos? Luego, antes de hacer algo tan precipitado como engullirla, frotártela en el cuerpo o arrancar esa mala hierba desconocida de tu jardín, equilibra tu sentido interno con lo que puedes aprender buscándola, en otros recursos y expertos. Al menos te propongo que la atención silenciosa e intuitiva es una técnica que merece la pena probar, y es especialmente útil para iniciar una relación con la Cannabis basada en el espíritu.
El mutualismo es una relación que beneficia a ambas partes, y eso es lo que habría que decir de la relación entre el ser humano y la Cannabis. Al satisfacer la necesidad humana de fibra, alimento, medicina y facilidad de adaptación al mundo, la Cannabis se ha convertido en una aliada claramente indispensable. Los humanos, recíprocamente, hemos servido no sólo a nuestras propias necesidades sino también a las necesidades de C. sativa y C. indica al propagar la planta casi por todas partes. Hemos seleccionado rasgos especiales para mejorar cada una de sus características útiles: la longitud y resistencia a la tracción de sus fibras, el alimento de sus semillas, las cualidades analgésicas de sus hojas y cogollos, y las cualidades sociales, artísticas, comunicativas y espirituales de sus flores resinosas. Los humanos también reconocieron pronto estas cualidades espirituales, ya que la cannabis se ha enterrado en las tumbas durante milenios, presumiblemente para facilitar la transición del difunto a la otra vida, o como regalo para enviar con el espíritu del que deja este plano. Arrojé las cenizas incineradas de mi querido tío a las olas del Océano Pacífico, junto con algunos de los mejores cogollos que pude encontrar para él. ¿Quién sabe cómo llegan estos regalos al mundo de los espíritus? Cuando mis hijos mayores y yo distribuimos las cenizas de su padre, compartimos humo en su honor, para comulgar con su espíritu, para enviarle adelante con esa bendición de fragancia de la planta que amaba por encima de todas las demás. Sé que muchas otras personas hacen ahora el mismo tipo de rituales. La Cannabis no sólo ha servido durante mucho tiempo para aliviar el sufrimiento de los moribundos, sino que su uso se ha convertido en una forma de invocar y honrar a los espíritus de los fallecidos.
Fumo muy despacio: primero coloco mi bandeja (que actúa como un pequeño altar fácilmente movible), luego un saludo silencioso o hablado en anticipación, una respiración ahumada que se entrecorta cuando enciendo, un cálido saludo a la sensación que me inunda suavemente, un gran suspiro, un desprendimiento de algo de mi marco físico. Un brazo grande, suave y más ligero que el aire abraza ligeramente estos hombros cansados; se produce una apertura. Puedo dar una segunda calada. Entonces la siento a mi lado, siento su brazo cuando se sienta a mi lado. La pequeña yo, que se siente tan diminuta como una niña pequeña a su lado. La ventana de mi mente se abre a mi querida Hermana Mayor. Aquí está, puedo contar con ella. Siempre aparece cuando se lo pido, me conoce; somos viejas compañeras. Nos reímos por la alegría de volver a estar juntas. Estoy tan agradecida de tener a esta hermosa y sabia Hermana Mayor en mi vida, que me ayuda a saber qué debo tomar en serio y qué debo dejar de lado. Me siento tan viva, en cada célula. Es un regalo de la naturaleza para nosotros, un regalo del misterio mismo.
Texto extraído por Kathleen Harrison de Cannabis and Spirituality: An Explorer’s Guide to an Ancient Plant Spirit Ally editado por Stephen Gray © 2016 Park Street Press. Publicado con permiso de la editorial Inner Traditions International. www.InnerTraditions.com
Texto publicado originalmente en inglés en Chacruna Institute
Traducción de Ibrahim Gabriell
Portada de Karla Cervantes