Una tarde de un mes somnoliento, en un año que despuntaba la década de los 90, me encontraba sentado en un viejo durmiente de madera muy cerca de lo que parecía ser la pequeña y polvosa placita de Estación Catorce. Atrás de mi el restaurante Tokyo atendido por la esposa del “Camarón”, en donde mi hermano y un compañero de viaje comían lentejas o algo parecido. Yo me encontraba arrobado en un estado de contemplación extática. Era una sensación nueva que nunca antes había experimentado. En esa mirada silenciosa se sucedían ráfagas de eventos inconexos, que así lo parecían en ese momento, pero que más tarde acabarían siendo cruciales en mi vida.
Ir al Desierto de Catorce cada año no era simplemente seguir las enseñanzas de Don Juan; sino transponer el umbral del tiempo para encontrar el legado de los aromas y los sabores después de largas caminatas para ningún rumbo, con poco agua y una carga de cosas sin sentido. Gente rústica con sus sombreros gastados, su español algo diferente: “noo aquí no vendemos… el agua no se le niega a nadie”. El desierto sigue revelándose; hace 15 años el nombre de Wirikuta apenas se escuchaba entre pocos viajeros. Ya desde entonces habían muchos jipis o peyoteros -como recuerdo nos llamaban los niños que se escondían tras los muros de casas herrumbrosas en Tanque de Dolores- que hablaban de lo importante que era el lugar para los huicholes o wixaritari.
En 1994 se publicó el primer decreto estatal que reconocía el Sitio de Patrimonio Histórico Cultural y Zona Sujeta a la Conservación. Siete años después, en junio de 2001 esta área fue recategorizada como Sitio Sagrado Natural con sus 140 mil hectáreas dentro del Sistema de Áreas Naturales Protegidas del estado de San Luis Potosí. La creación de Wiricuta es un hecho significativo y extraordinario en el que participaron una gran diversidad de actores sociales: funcionarios del Instituto Nacional Indigenista, asociaciones no gubernamentales, los propios huicholes y la legislatura que decidió aprobar el decreto que sustenta la noción de territorio sagrado y la legitimidad para que sea transitado y ocupado por un grupo humano no residente. El estatuto jurídico y legal de este territorio en tanto territorio sagrado, no obstante, se traslapa con la perspectiva pragmática de uso y ocupación histórica que se remonta a la colonización española y la emergencia de los reales mineros en el norte de lo que hoy es México. Hoy en día este traslape se ha potencializado como un verdadero conflicto socioambiental a partir de las concesiones otorgadas por el gobierno mexicano a dos empresas canadienses que pretenden explotar, plata en la sierra y oro en el bajío. Los argumentos para detener los planes de estas empresas se centran en dos aspectos: 1) El carácter sagrado del territorio se refiere de manera extensiva a todos los elementos materiales e inmateriales que conforman los ecosistemas y la cosmovisión. ¿Cómo se puede desligar lo que hay debajo de la tierra de la idea de sacralidad que subyace a la práctica ritual y mitológica de los huicholes? La montaña sagrada conocida como Cerro Quemado (Leunar) en donde afirman nació el sol no es una porción aislada del territorio que pueda mantenerse a salvo con el hecho de disponer la distancia de un kilómetro entre el límite de las operaciones mineras y el cerro como dice la empresa First Majestic Silver. El Cerro Quemado es un sitio singular, un portal como otros tantos en la reserva, los cuales en su conjunto constituyen una red de significados, potencias y eslabones de conocimiento para que la cultura huichola bajo sus términos renueve el compromiso de la vida, que es el mismo pago que los dioses ofrecen en el tiempo mítico. 2) Los proyectos mineros generan riesgos y amenazas ambientales de manera severa, masiva y permanente. A pesar de todos los planes de contingencia, manejo y previsión de riesgos, la minería moderna no ha demostrado certidumbre total para evitar accidentes: derrame e infiltración de sustancias tóxicas a los mantos acuíferos, liberación de metales pesados a la atmósfera y alteración de los ciclos hidrológicos y vegetativos. Aunque la minería es parte de la historia de esta región, no hay razón para suponer menos contaminación a partir de la tecnología moderna, sino todo lo contrario.
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En calidad de no huichol pero como mexicano -tampoco me adjudico el término de tewari: hombre blanco en wirrárika: aquellos que les hicieron guerra, que les arrebataron y todavía les arrebatan sus tierras. Vengo en son paz y no les miento- quiero compartir algunas reflexiones que nos ayuden a cruzar el foso de las interpretaciones que alientan algunos puritanos que exigen la autorepresentación de los indígenas y de esa forma parecen sugerir el silenciamiento de quienes hemos andado muchas veces extraviados en Wiricuta, haciendo preguntas simples y otras más rebuscadas sobre nuestras propias vidas.
Un viejo no muy viejo que se hizo pasar por comanche, dijo en una ceremonia que esto de las minas era un llamado de atención para los huicholes a quienes tachó de indisciplinados, descuidados y borrachos. Yo digo en todo caso que la llamada de atención es para todos nosotros indios y no indios, sin religión o con religión, muy racionales o neopositivistas. El llamado se refiere a no contar la historia del mismo modo. Sino en preservar vivo el sentido de otras naturalezas y otras sociedades al margen de Occidente. Este es el sentido cosmopolítico de la resistencia híbrida ecléctica en contra de la minería canadiense, la resistencia que se hace con todos y sobre todo con el corazón.
Hay una metáfora que me gusta: Wirikuta es como una universidad; otros afirman que es un holograma del universo. Son dos cosas diferentes pero van unidas. Muchos de los que vamos a Wirikuta buscamos una experiencia trascendente que cambié nuestra forma de pensar y actuar a partir del consumo del peyote. Uno pensaría entonces que la planta y sus sustancias hacen la experiencia, pero eso solo nos remite a un plano de comprensión. Durante muchos años consumí la planta sin un direccionamiento como muchos no huicholes, debí de recorrer y encontrar guías en México y otros países sudamericanos para intuir la guía natural del propio peyote. Nuestra referencia por mucho seguirá siendo el ritual wixaritari, caminamos subiendo por las montañas haciendo nuestro rezo y petición con la fuerza del venado; hacemos velaciones durante toda la noche alrededor del fuego, cantamos pidiendo y agradeciendo el misterio de la vida, la salud en nuestras mentes y pedimos la harmonía entre todos los pueblos, al interior de muestras propias familias. No somos agricultores, ni cazadores pero vamos tras el rastro de estas culturas. No seguimos todo el costumbre, como nacimos en la ciudad y no hablamos la lengua nos cuesta trabajo remontarnos al mito que funda la primera cacería del venado, el primer ofrecimiento de sangre a los dioses. Pero muchos de nosotros hemos caminado al lado de los abuelos, marakames, que quisieron, porque así lo entendieron abrir el costumbre para lo no huicholes. Vamos como los hermanos menores aprendiendo a ver y escuchar el fuego, darle de comer y en cada momento prestar atención y atender las energías sutiles de las fuerzas elementales, el agua, el viento, los árboles, los animales. Nuestro mundo nunca fue tan desencantado porque siempre dudamos de las narrativas occidentales. Nunca un mundo que pudiera explicarse desde la lógica instrumental. Y así entendimos las formas del ritual como una resonancia para ser amplificada y traducida en términos de nuestra propia cultura. El sacrificio de un animal por ejemplo no se corresponde con esa nueva dimensión que adquiere el individuo en la modernidad; por lo tanto el sacrificio se aumenta y perdura en la subjetividad gaseosa y en el propio desafío cotidiano: guerras, separaciones, desastres de todo tipo y consumo galopante. Todo ello demanda un sacrificio directo sin mediaciones, nosotros mismos como víctimas propiciatorias para un díos que no pide sangre sino simplemente solidaridad, amor, paciencia y rectitud. En muchos sentidos somos una nueva tribu seducida por el legado de los abuelos indígenas; una tribu sin fronteras que se acompaña por Internet, a través del facebook y skype. Una tribu cósmica en el sentido más espiritual y político del término. En este caso el peyote en cuanto planta maestro (teacher plant) abre y expande más allá de los confines estereotipados de la cultura huichola un sentido universal de unión y pertenencia cósmica. El hikuri-venado (peyote-venado) es una entidad socializada del mundo natural, bajo el mito y el ritual esta planta se integra a la cultura en calidad de hermano mayor. Ante esto me pregunto ¿quién es el puente, quién es el mediador, quién traduce a quién? Los jipis le decimos abuelito y aunque nos critican porque nuestro sistema de parentesco es algo arbitrario o simplemente nada tiene que ver con las elaboradas formas de intercambio, alianzas y ocupación del territorio que tienen los huicholes, es innegable que ambos le concedemos agencia a esta planta. Después de mucho esfuerzo uno comprende que significa aquello qué dice el marakame: “pregúntale a él, yo no sé nada, comunícate directamente con él”. Más allá de las formas, de la tradición y de las reglas humanas, el peyote como vibración y conciencia, como pensamiento dialoga e interactúa con los individuos. El peyote nos refleja, nos confronta y nos muestra el camino para acceder al valor unificado de la conciencia.
La cultura de los peyoteros es una cultura hasta cierto punto subalterna y marginal. Nos dicen neo-chamanes urbanos y adhieren calificativos como charlatán, brujo, loco o pirado. Pues hay de todo en esta cultura que vive en los márgenes del ritual y costumbre indígena y de la cultura moderna. Profesionistas, comerciantes, académicos, terapeutas, cocineros, simples viajeros o turistas místicos, todos hemos tenido diversas identidades y en ciertas ocasiones nos ponemos y nos quitamos las plumas como el huichol que baja a los campos tabacaleros.
Decimos no a la minería en Wirikuta como una forma de agradecimiento por los atardeceres, lluvias, amaneceres que nos confirmaron tras una larga caminata, una larga noche, nuestro camino como seres humanos en estas fechas tan luminosas y a la vez sombrías. Decimos no a la minería como ciudadanos mexicanos, en solidaridad tanto con los huicholes como con los rancheros ejidatarios del altiplano. Con los primeros para que perdure su palabra y conocimiento, que no se acaben, que no se extingan. Con los segundos para que la nación no los olvide y los refunda en el rincón de las viejas bonanzas mineras. Como mexicanos y no como intermediarios que representan a los huicholes; Wirikuta es el emblema de una resistencia para recuperar la riqueza mineral para los mexicanos en pleno uso de su razón y de su corazón.
No se trata de una postura radical que niegue la minería y sus productos como parte de esta civilización que nos abarca y nos define; pero defendemos la importancia de los lugares sagrados vivos. Toda esta tierra es sagrada, donde pisas y duermes, así lo debes considerar; puesto que no podemos simplemente cambiar el chip programado del desarrollo, protejamos los santuarios desde donde emanan las posibilidades para tornar ese desarrollo un nuevo y diferente sendero civilizatorio. Por eso hacemos temascal, hacemos las danzas del oso, ceremonia de los cuatro tabacos, danzas chichimecas, ayunamos y fumamos mapacho con nuestros hermanos wirras. El asunto no es si los 800 huicholes, que el 07 de febrero del año en curso -reunidos para hacer ceremonia- eran muchos o pocos, o de si sus creencias son verdaderas o no. Ellos no tratan de convencer y hacer más feligreses, ellos como nosotros new agers, esotéricos o jipis –no importa- fueron a testimoniar, dar su palabra y comunicarse con sus dioses, entidades, potencias, espíritus. Toda cosmovisión es un acto de resistencia política, y en ese sentido un proyecto contrahegemónico: “Y cuando sus demanda y aspiraciones son traducidas en las lenguas coloniales, no emergen los términos familiares de socialismo, derechos humanos, democracia o desarrollo, sino dignidad, respeto, territorio, buen vivir y sagrado” (Boaventura Souza Santos, 2008, Refundación del Estado en América Latina, p.31). ¿Capiche o no capiche señor de Alba? ¿Me puedes decir para que sirve tu dinero y tu inteligencia si no la usas?
Ir a Wirikuta seguirá siendo el viaje iniciático para muchos. De la misma forma se rastrea con el aguijón de la modernidad y el bullicio urbano, una esponja, anémona en quien confiar lo mismo todo espinado y medio que perdido encubierto en la sombra de yuca carnerossana.
Llegué a las Margaritas en 1996 o 1997 cuando los postes de la luz yacían como dinosaurios inmaculados sobre la tierra seca. Aún no había alumbrado público y de pronto a la siguiente visita don Tereso me comentaba que con la luz eléctrica ya estaba todo destanteado. En la noche, antes de la luz artificial, los ojos de los ejidatarios se guiaban por la más mínima naturalidad de un olfato felino. Enseguida las paredes de sus habitaciones, sus muebles y retratos se erizaban como umbrales caleidoscópicos, llenos de raíz, polvo y olvido. En 1997 se vino una nevada como 30 años atrás. Así con esa precisión. Todo blanco y los nopales quemados, derribados. Todo blanco y nadie para comparecer, las familias alrededor de su fogón. Todo blanco como don Zenón. Como las risas más blancas que habíamos visto la primera vez que llegamos a Tanque de Dolores.
Me despido. Cantar de las olas sobre gobernadoras Larrea tridentata. Un crucifijo porque el coyonoixtle quiso su gambetera vuelta en el longitudinal: misterio de los soles. Racimo de frutillas rojas sobre el espinocillo. Espolón de agave maguey bronco, salmiana spp. sobre pedruscos crepusculares en los vientos agitados del potosino. ¿Tierras yermas señor Ferrari? Cabe en el gutural palmo del bolillo que se desliza por y sobre la lechugilla. Tallador radial. Así de trazas humectantes el desierto que lo seca lijando bien profundo el contorno de los ojos negros, bien negros de tu ermitaña deslumbrante belleza.
Los rancheros del altiplano son en muchos sentidos nuestros maestros. Ellos dinamitan la complacencia. Callan cuando se agita una pretensión fútil. Miran de soslayo y se agitan como venados heridos en su ruta cultural. Van a la deriva en un tiempo que para ellos se ha esfumado. He visto la puntería en su instinto. Sin medrar. Bajo el encandilamiento de la civilización.
Caldo de papas y víbora cascabel que comí recordando al recabroncete viejo Sixto Cotuchas. Mi hermano dijo que era una especie de Dersu Uzala, su desierto como la taiga. El sigilo y la anticipación en vuelo rasante.
Conocí pueblos antes de la luz eléctrica. Se bañaban en el crepúsculo.
Un día perambulé toda la trayectoria del sol y más. Cuando las llantas de mi bicicleta se poncharon era de noche y no sabía por cual recóndito escondrijo vagaban mis pensamientos. Y se aparecieron toda clase de pastores malaventurados. En una hora de inquietud extática que también se realiza en la belleza del espíritu. Caminé a campo traviesa. Me guié por las trece luces que según yo ajustaban el número de faroles en el ejido Margaritas.
Cielo del artista socavón, del artista del mundo amatista, viaje-azogue regio reconfortante en el mineral onomatopeya sílice, encuentro de dos eras o topacio enterrado en el acordeón corazón de cual jallé que es uno mismo y siempre cuarzo errante marisma iconoclasta farallón a punto de desvanecerse o estoico. La luz de las gemas gibas de diamantes o centollas que surcan tu mente en segundo desde la bahía de Beagle hasta el estrecho de Bering. Sol caca de los dioses, regurgitante cepa de neón bajo el blanco lecho petrocino oleoso de zumo carburante. Cielo de la artista cielo anatema cielo antípoda de mis desteñidos pelos argentas por el pelo sol.
¿Para qué meterle al varo? Tajo a cielo adentro, lixiviación de los panales infrarreales. Al topón ruta de meliponas. Bravo ni picudo no simple aerosol bendito en la palma samandoca.
Si quieres te pinto la urra. Si quieres del quexquémitl hago un secreto. Ojos de dios. Nierika Danzante Doy por Enterado. Si ellos rezan mucho yo ya estoy en el aire. Si yo estoy muy loco ya no me voy a curar. Ya no soy el único.
Pintado en ese esquema multicolor que es el mundo de atrás jadean los lobos, verdaderos lobos reintroducidos en una cañada de colores. Éramos como niños desparramados a las seis de la mañana con su lonche y un par de guayabas. El silencio es uno mismo tiempo después. La puerta abierta que tatuaron los ancestros al jardín de bellas flores.
Toda escritura que se precie es sangre, testimonio y reencantamiento del mundo como cuando seguimos siendo niños.