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¿Qué se dice y qué se hace en nombre de la ayahuasca?

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Después de años de investigar sobre la expansión del consumo ritual de yajé, como conocemos en Colombia a la ayahuasca, creo que aún sabemos muy poco de los alcances económicos y políticos de este fenómeno. Desde mi posición como antropóloga veo cada vez más urgente la necesidad de comprender qué se dice y qué se hace en nombre de los indígenas amazónicos, de la ayahuasca, y del cuidado de la Amazonía. Ambas son preguntas sensibles que, sin embrago, deben hacerse pensando en el contraste entre hablar desde adentro y hablar desde afuera.

Desde los medios, la producción artística e incluso la científica se recrean hoy imágenes hiperreales de indios más indios que lo indios, y se promueven formas de autenticidad esencializada que luego servirán de medida a la realidad

Por ello, hice un pequeño ejercicio de seguimiento a la prolífica narrativa visual y textual sobre los indígenas amazónicos que circula globalmente. Desde los medios, la producción artística e incluso la científica se recrean hoy imágenes hiperreales de indios más indios que lo indios, y se promueven formas de autenticidad esencializada que luego servirán de medida a la realidad. La publicidad de la industria turística ligada a la ayahuasca, que atrae a cientos de viajeros del norte global hacia el Amazonas, es un buena muestra de estas narrativas. Allí donde estas imágenes aparentemente inofensivas se reproducen con cierto romanticismo y nostalgia se hacen invisibles los efectos simplificadores y esencializantes de estereotipos que conjugan herencias de tecnologías coloniales y racismo, que actualizan la negación de la heterogeneidad constitutiva de la Amazonía y sus pobladores, y la desigualdad estructural de su situación geopolítica. Estas representaciones no son el reflejo de la realidad social, sino constituyentes de la misma.

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Lo interesante de estas representaciones no es tanto su reconocimiento. Mucho se ha hablado de estos estereotipos. Lo interesante es advertir cómo se actualizan y las maneras en que hoy guían y afectan prácticas cotidianas e institucionales, e intervenciones de distinto calibre y en diferentes escalas, tanto en el norte como en el sur global. La conservación de la Amazonía y su diversidad cultural se perciben actualmente como un imperativo moral, una sensibilidad generalizada frente a un problema común. De cara a las amenazas que representan el cambio climático y las decisiones políticas de algunos gobernantes, las acciones encaminadas a defender la naturaleza y la heterogeneidad reclaman sostenibilidad y largo aliento. Pero lo cierto es que tanto la conservación como la celebración de la diversidad cultural también son hoy un dispositivo en cuyo nombre se actualizan estereotipos y se despliegan prácticas de poder e intervenciones económicas y políticas de importante calado. Como parte de nuestro imaginario, el cuidado de la Amazonía y los pueblos originarios ahora nos parece algo tan evidente y tan obvio que se dificulta tomar la suficiente distancia de este discurso como para examinar su historia y sus contradicciones.

En las últimas décadas, el despliegue del multiculturalismo como discurso ha permitido la valoración y celebración de la diversidad cultural como nunca antes en la historia.  Gracias a el se han fortalecido movimientos sociales y étnicos a lo largo y ancho del planeta, se ha promovido el reconocimiento de derechos a los pueblos originarios, y se han transformado las legislaciones de varios países. Así mismo, el multiculturalismo en sus distintas versiones también ha dado lugar a la valoración económica de la cultura. Actualmente, en una fuerte articulación con el ecologismo, y mediante una densa red de narrativas literarias, imágenes artísticas y explicaciones científicas, vemos cómo la celebración de la diversidad cultural representa a las poblaciones indígenas amazónicas como portadores de comunalidades, ancestralidades y espiritualidades que se imaginan a partir de una distinción ontológica radical con Occidente.

La distancia tiene efectos en la percepción. A lo lejos lo que no se alcanza a ver bien se hace pequeño e invisible, o se imagina desde las propias fantasías y fantasmas. Los pueblos originarios suelen ser imaginados a partir de estereotipos producidos y reproducidos en el tiempo y naturalizados por la distancia física y simbólica que los hace inevitablemente “otros”. Seres homogéneos sin historia, epistemológicamente superiores y portadores de “culturas milenarias y ancestrales” sin contradicciones.  A la vez, seres vulnerables, frágiles, ajenos a la economía de mercado y necesitados de ayuda. Quienes conozcan la Amazonía, y hayan convivido con sus pobladores sabrán cuan relativas y caricaturescas resultan estas representaciones.

Así se han simplificado, aplanado y estandarizado las múltiples heterogeneidades de los paisajes y poblaciones que habitan la cuenca geográfica del río más grande del mundo.

Así se han simplificado, aplanado y estandarizado las múltiples heterogeneidades de los paisajes y poblaciones que habitan la cuenca geográfica del río más grande del mundo. En contraste, es poco lo que se conoce sobre la Amazonía como un espacio de encuentros y conflictos que amenazan constantemente su sostenibilidad, las formas de convivencia entre configuraciones culturales diversas, los conflictos sociales y políticos, o sobre las condiciones que permiten el arribo de capitales trasnacionales y corporativos privados, y la precaria presencia de instituciones públicas.

Por más globalizadas que puedan leerse estas representaciones de la indianidad, la materialización de sus efectos se da en contextos nacionales concretos. El multiculturalismo ha adquirido caracteres diversos que se expresan de maneras disimiles en cada país. En la cuenca amazónica cada Estado contiene y expresa una configuración de alteridad propia de su desarrollo histórico, donde lo indígena ha ocupado el lugar de alteridad radical. Que lo indígena se perciba como “otro” y se imagine como tal, ha sido un proceso situado de larga duración moldeado por relaciones interétnicas, por formas de conocimiento, por políticas estatales y supranacionales. Todas recientemente influidas por las retóricas del multiculturalismo y la conservación. Y así mismo, la otrerización y sus estereotipos han sido contestados por los pobladores amazónicos en muchos sentidos y de formas disímiles, desde sus múltiples y variadas configuraciones culturales y desde sus procesos organizativos. No solo existe una enorme diversidad étnica, sino que la manera cómo se lee lo indígena no es igual en Brasil que en Colombia, en Perú o en Ecuador. De allí que las organizaciones y la movilización social en la cuenca tengan tantas dificultades para posicionar demandas comunes entre fronteras.

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Lo que se hace en nombre de la diversidad étnica y cultural y la conservación adquiere diferentes pesos, efectos y legitimidades sea en el marco del multiculturalismo colombiano, en el marco legislativo peruano, ecuatoriano o brasileño.

Lo que se hace en nombre de la diversidad étnica y cultural y la conservación adquiere diferentes pesos, efectos y legitimidades sea en el marco del multiculturalismo colombiano, en el marco legislativo peruano, ecuatoriano o brasileño. Por ejemplo, la emergencia de una economía globalizada ligada a la ayahuasca evidencia cómo la designación de esta última como patrimonio cultural en Perú tiene un valor y un efecto muy distinto que el que podría tener en Colombia, y una legitimidad menos disputada que la que podría tener en Brasil. [MOU1] Por su parte, la floreciente industria turística de ayahuasca que hoy tiene lugar en Iquitos, en Colombia no solo sería controversial, sino además un seguro objeto de disputas jurídicas.

En la amazonia colombiana, como en el resto de la región, prosperan economías extractivas legales como la explotación de hidrocarburos y la ganadería extensiva, junto con las ilegales ligadas a la minería, el narcotráfico, la explotación de madera, y a las que se suma la presencia de actores armados que controlan poblaciones y territorios. Las amenazas que todas ellas representan han sido denunciadas insistentemente por organizaciones sociales y étnicas, y son actualmente un riesgo inminente que se ciñe sobre la región. Pero así mismo, en las últimas décadas se ha fortalecido una política de desarrollo económico que busca hacer contrapeso al daño ambiental amparándose en los discursos de la conservación y la diversidad cultural, y mostrándose como la contracara del extractivismo. Varias iniciativas que se denominan “verdes” y “sostenibles” se inscriben en esta línea, y sustentan que la selva puede aprovecharse económicamente y generar plusvalor sin que sea necesario transformar la naturaleza. Hoy, en muchas partes de la Amazonía se desarrollan proyectos de venta de servicios ecosistémicos (Red+, South Pole, BancO2), turismo y emprendimientos culturales, dentro y fuera de los territorios indígenas. Sin duda, la economía verde y sobretodo el etnoturismo presenta ventajas y sería imposible desconocer su impacto positivo en algunas zonas. Pero también es cierto, que muchas de estas iniciativas que asumen que por medio de “la cultura” se puede crear empresa llegan, se instalan y funcionan sin consideraciones de ningún tipo con las poblaciones locales. Como lo han denunciado reiteradamente organizaciones como UMIYAC (ver. Manifieso Umiyac), la apropiación indebida y las malas prácticas están a la orden del día.

ilustración por Mariom Luna.

En esta economía están envueltos foráneos y locales, no indígenas e indígenas, y muchos se benefician. Pero a diferencia de los primeros, para quienes las representaciones estereotipadas de la indianidad son funcionales para vender “cultura”, los últimos, si quieren tener éxito están constreñidos a visibilizar los diacríticos de su diferencia, y a modular los discursos sobre su identidad a partir de marcadores impuestos de autenticidad y pureza, que garanticen la atención de las audiencias externas interesadas. El no cumplimiento del requerimiento será leído como contaminación e inautenticidad, lo que debilita la eficacia de su valor simbólico, y por lo tanto su éxito económico y político. Inventar imágenes de indios hiperreales puede ser muy lucrativo y hasta estratégico, pero tiene consecuencias.

El “negocio” amenaza la interlocución horizontal cuando pone a competir a indígenas y no indígenas, a indígenas y gringos; o cuando el indígena termina trabajando para el gringo.

Como varias organizaciones indígenas lo expresan, estas nuevas alternativas económicas son una oportunidad a considerar, sobretodo si se tiene en cuenta la precariedad, las amenazas y la ausencia de una institucionalidad que garantice sus derechos. Pero también advierten que pueden representar un enorme riesgo a su autonomía. El “negocio” amenaza la interlocución horizontal cuando pone a competir a indígenas y no indígenas, a indígenas y gringos; o cuando el indígena termina trabajando para el gringo. Debilita relaciones comunitarias cuando promueve la ganancia individual e impide la redistribución de los beneficios en la comunidad; vulnera la autoridad y la autonomía “cuando nos quita soberanía sobre las prácticas propias y el territorio, cuando hace pensar que para vivir mejor hay que dejar de ser lo que somos”[1]. Un efecto visible de estas economías, al menos en Colombia, es la masiva migración hacia los centros urbanos en busca de oportunidades económicas, y las nuevas formas de vulnerabilidad que allí se generan. 

En medio del complejo panorama económico y político de la Amazonía es verdad que los efectos nocivos de lo que han llamado “capitalismo verde” pueden parecer mínimos en comparación con los extractivismos de gran escala. La emergencia de una economía alrededor de la ayahuasca es hoy un hecho. La forma en que dicha economía crece y se diversifica debe ser objeto de reflexión constante si realmente el imperativo moral de conservar la Amazonía y dignificar a sus pobladores es un horizonte de acción y no un mensaje construido para justificar la economía de mercado. No se trata de contar con la participación de algunos indígenas en las iniciativas altruistas de una ONG, sino de articular esfuerzos conjuntos para que el reconocimiento y el ejercicio de sus derechos pueda cumplirse. Eso pasa por reconocer que financiar proyectos no es suficiente si no se fortalece la interpelación política de las organizaciones indígenas y sociales amazónicas hacia los estados nacionales que deben garantizar en primera instancia sus derechos como ciudadanos. Los alcances de su inserción en el mercado, los nichos de mercado que se han abierto, la manera en que se genera valor agregado, y sobretodo el tipo de relaciones económicas que promueve pueden traducirse en enormes ventajas para los pobladores amazónicos si con ello ganan autonomía como pueblos. Pero también puede ser una forma más de continuar reproduciendo la desigualdad estructural que los ha condenado a ser “otros” como naturaleza profunda e insalvable.

[1] Palabras de M. Estrada, coordinador de Territorio de la Organización de Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana, OPIAC.

Portada de Cristina Piwowarski.

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Este texto fue originalmente publicado en inglés aquí

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