Cuando los españoles llegaron por primera vez al continente americano, se encontraron con una gran variedad de sustancias que alteraban el estado de ánimo como el tabaco, el chocolate, el peyote y el ololiuqui, y debatieron extensamente las propiedades de estas sustancias llegando a la conclusión de que algunas eran diabólicas, y otras no. Las que fueron clasificadas como diabólicas fueron prohibidas y aquellos que fueron sorprendidos en posesión, o incluso hablando sobre ellas, fueron aprehendidos y juzgados por la Inquisición española. Las otras sustancias fueron gradualmente integradas al consumo diario y en poco tiempo dejaron atrás cualquier vestigio de una mácula indígena.
Sin embargo y curiosamente cuando el estado colonial prohibió sustancias como el peyote, lo hizo solo para los españoles y sus castas, es decir, para los cristianos. Los indios pertenecían a otra categoría social creada por el colonialismo y fueron excluidos de estas prohibiciones porque eran paganos y por tanto no estaban sujetos a las mismas leyes. Los españoles consideraban que los indios eran niños que podían ser engatusados o persuadidos fácilmente e incapaces de comprender la gravedad de sus acciones y esperaban “civilizarlos”. Hasta que llegara ese momento los indios no podían rendir cuentas por sus pecados.
Así comenzó la larga historia en la que algunas drogas fueron tratadas como ilegales para unos y no para otros. Una distinción que continuó después de la desaparición del estado colonial. Hoy el peyote sigue siendo ilegal para la población no indígena en México y Estados Unidos, mientras que los indios pueden legalmente poseer y consumir esta droga. El estado Mexicano estableció tal derecho basado en la pertenencia a un grupo étnico, mientras que el derecho de posesión en los EE.UU. está establecido por lazos sanguíneos.
Para algunos el reciente avance en la obtención de estos derecho (debido a la legislación de libertad religiosa en los EE.UU. y los esfuerzos de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) en México que protege a los peregrinos wixárika ponen en evidencia cuán lejos se ha llegado en la protección del derecho de los indígenas a la libre determinación. El peyote, comentan indirectamente, es una medicina aborigen, una práctica integral de los wixárika y otras comunidades en México y la Iglesia Nativa Americana (NAC) en los EE.UU. Por lo tanto, innovaciones legislativas para proteger este derecho representan un avance significativo frente a las prácticas de asimilación implementadas en el pasado. Sin embargo, me preocupa que esta evolución de cierta manera retome algunos aspectos las prácticas del pasado colonial ya que funcionarios gubernamentales insisten que el peyote continua siendo una droga peligrosa no sólo para los indígenas.
Históricamente no todos han considerado al peyote peligroso. En los registros de la Inquisición pueden
encontrarse numerosos ejemplos en los cuales españoles (y por lo menos en dos casos, un sacerdote) tomaron el peyote para aliviar sus dolencias (a menudo descritas como dolencias de la cabeza), o que pidieron a la Inquisición que reconsidere la prohibición de peyote debido a sus dones medicinales. Folletos médicos del siglo XIX anunciaban al peyote como una cura de gran alcance para una serie de malestares físicos. Incluso, en una ocasión (en 1833) el peyote fue utilizado por los funcionarios de salud pública para combatir una epidemia de cólera. A finales de siglo XIX el peyote fue usado ampliamente por médicos del Instituto Nacional de Medicina en tratamientos experimentales de pacientes con trastornos neurológicos. Décadas más tarde, psiquiatras en México, los EE.UU., el Reino Unido y otros países emplearon el peyote, junto con una variedad de otros alucinógenos, para tratar pacientes.
En resumen, no indígenas han sido atraídos por el peyote desde que los europeos y sus descendientes llegaron a las Américas. Lo que es notable es que aquellos que han buscado experimentar con esta substancia, refiriéndome a blancos y castas, han sido denunciados: bajo la Inquisición como herejes en alianza con el diablo; en México moderno como tontos, charlatanes, o peor aún, drogadictos y traficantes. Aquellos condenados bajo nuestro sistema de leyes actual y especialistas en adicción son condenados a prisión con evidencia tan débil como la de los condenados por la Inquisición. No hay evidencia científica de que el peyote genere hábito, como tampoco hay evidencia de que tiene efectos negativos en la salud en el largo plazo. Los miembros de NAC en los Estados Unidos y grupos indígenas mexicanos que han integrado al peyote en su modo de vida pueden sentirse alentados por la evidencia científica en ese sentido. Algo que ellos aseguran que ya lo sabían. Mientras que peyotistas no indígenas no se sienten tan reconfortados porque siguen sufriendo persecución en los EE.UU. y México y esta evidencia no los acerca a la legitimación de sus opciones de vida.
Hay muchas razones por las que el peyote sigue siendo ilícito para los no indígenas, pero la más importante tiene que ver con la creación de categorías de identidad para organizar la vida en las sociedades post-coloniales. El peyote fue demarcado como indígena desde el principio no sólo porque era algo que los indios utilizaban, si no porque produce fenómenos que permiten a sus usuarios deslizarse fuera del alcance del estado moderno. En otras palabras, el peyote genera cuerpos fuera de control, liberados de las estructuras de estricta racionalidad que la modernidad exige. Cuerpos que bajo su influencia revelan verdades que es mejor mantener ocultas (de aquí la historia del peyote como un suero de la verdad, utilizado por la policía secreta durante las guerras sucias para obtener información de los activistas estudiantiles), cuerpos que se tornan valientes o sobrenaturalmente fuertes (este temor lo sentían los dueños de esclavos particularmente), pero más que eso, estos cuerpos parecen rechazar las fronteras del cuerpo humano asumidas por la ciencia moderna. Cuerpos que se fusionan, que pierden la distinción entre naturaleza y cultura, que no sean indistinguibles árboles de rocas y que los antepasados cobren vida es simplemente intolerable.
Intolerable, para los sujetos legítimos del estado contemporáneo -los blancos, cristianos, ciudadanos. Puesto que los indios no son modernos (son una categoría creada por el estado moderno para tener siempre presente lo que es opuesto a la modernidad) tienen todo el derecho a tomar peyote para recordarnos la frontera entre lo moderno y lo primitivo. El problema se produce solamente cuando algunos modernos se apartan y si demasiados encuentran el peyote seductor, todo el proyecto de la modernidad se caería a pedazos.
Hay una especie de sensación visceral de lo que es y no es moderno que sigue organizando el poder en nuestras sociedades. Esta sensación informa las distinciones de clase, raciales y de género que racionalizan la desigualdad que tan complacientemente aceptamos a diario. Debido a que el peyote es una sustancia que socava la sobriedad de la racionalidad que informan estas distinciones, no puede ser lícito para los modernos. Esto a su vez no implica que debe ser ilícito para los no modernos, aunque de hecho hay una larga historia de representantes del estado mexicano que han intentado detener el consumo de peyote por los pueblos indígenas. Más bien lo que implica es algo más preocupante. Funciona como un marcador de distinción ya que es menos preocupante cuando una persona indígena lo consume que cuando una persona no indígena lo hace. Cumple la misma función que la metáfora del “indio borracho”, que parece normal en las calles de las áreas marginadas socialmente de la ciudad donde vivo, y que no provoca el mismo tipo de alarma como cuando un estudiante blanco de clase media se manda un viaje con la música de Grateful Dead y se tropieza con la policía.
Sé que algunos podrían objetar esta comparación con el argumento de que el peyote es algo sagrado para los pueblos indígenas que lo utilizan y algo profano para los pueblos no indígenas. Entiendo esta crítica, pero para ser sincero, la encuentro parte del problema. El peyote se usa y se entiende en una variedad de formas por una variedad de personas. Para algunos indígenas se trata de una tradición centenaria, mientras que para otros es algo que han probado por primera al unirse a un grupo como el NAC. El mismo usuario indígena podría imaginar al peyote como un sacramento, medicina, e incluso alimento. Del mismo modo los peyotistas no indígenas provienen de una amplia variedad de perspectivas. Algunos pueden interesarse por su entusiasmo personal en drogas, pero las relaciones espirituales, psicológicos y medicinales que estos entusiastas tienen con el peyote no debe ser subestimado.
Al final de cuentas, la búsqueda de una clara distinción entre usos indígenas y no indígenas del peyote nos dice más acerca de nosotros mismos que acerca de la gente que describimos. Después de cinco siglos, seguimos utilizando esta planta inofensiva para trazar las líneas que caracterizan al mundo moderno.