En diciembre de 2010 producía documentales sobre comunidades indígenas del mundo para una serie de un canal de tv de la ciudad de Munich, Alemania, adonde había llegado desde mi Buenos Aires natal casi una década atrás.
En el transcurso de ese proyecto llegamos a visitar decenas de pueblos milenarios del planeta, para conocer y registrar sus apasionantes historias, entornos y coyunturas. De todas ellas fue una en especial, la del Pueblo Wixárika de la Sierra Madre Occidental en México, la que modificó el rumbo de nuestro trabajo de forma inesperada.
A través de una buena amiga de Guadalajara que vivía en Heidelberg, conseguimos para dicho episodio el contacto de un líder espiritual huichol que había conocido en sus incursiones a la Sierra de Jalisco: Don Juan José Katira Ramírez. Después de muchos intentos desde nuestra base alemana, dimos con él y concertamos un encuentro en la Ciudad de México, donde acordamos ir juntos a filmar un cortometraje etnográfico con su familia, a su pueblo de la Laguna Seca.
Después de convivir con ellos una semana y ser partícipes de las ceremonias de cambio de autoridades que se celebran en la Sierra en enero de cada año, fuimos con Katira y sus hijos Clemente Uweni Temai y Enrique Haikuka, a gestionar el permiso para seguir filmando a la cabecera de su región, San Andrés Cohamiata. Justo en el día cuando allí realizaban su cambio de varas, por lo que todo el Consejo de Ancianos estaba reunido en la plaza principal del pueblo. Era la oportunidad ideal para obtener la autorización que nos permitiera continuar y publicar nuestro trabajo.
Una vez terminado el ritual y el protocolo de traspaso del mando al nuevo gobernador, éste nos hizo pasar junto a sus consejeros al edificio de la gobernación tradicional para que les realicemos nuestro pedido.
Los ancianos, de los cuales ninguno hablaba castellano, usaron la palabra de a uno para contestar nuestra simple pregunta de manera enérgica y ceñuda, lo cual nos hizo inferir una rotunda negativa de su parte; al fin y al cabo, nunca habían dejado filmar de cerca sus prácticas y forma de vida, ¿por qué habrían de cambiar ahora?
Sin embargo, y una vez el séptimo de los consejeros terminó su vehemente alocución, el gobernador procedió a traducir diciendo, para nuestra sorpresa, que los ancianos habían acordado que sí, que podíamos filmar, pero con una condición: querían nuestro compromiso de que además hiciéramos una película para difundir su lucha para salvar el híkuri, el peyote. La medicina que crece desde tiempos inmemoriales en Wirikuta, como conocen al Desierto y la Sierra de Catorce – un área protegida de más de 140.000 hectáreas en el Estado de San Luis Potosí, en el centro del país, y que era amenazada por las concesiones mineras que el gobierno federal había otorgado recientemente en casi toda la comarca. Todo un conflicto que nos era completamente desconocido hasta ese momento, salvo por algunos comentarios al respecto que Katira ya nos había hecho. Para estos hombres y mujeres de la tierra, peregrinos del mundo espiritual, la posible desaparición de esa particular cactácea, base y fuente de su cultura, significaba la extinción misma de su pueblo.
Cualquier avasallamiento del territorio sagrado en el que crecía, ya sea en el semidesierto donde brota, como los manantiales de la Sierra de Catorce que la riega de forma subterránea, podía poner en serio peligro al corazón de ese mundo wixárika, que así iba indefectiblemente a ser destruído; y con él, el nuestro también.
Finalmente, la producción del capítulo con los huicholes para la serie alemana nunca se terminó ni emitió, pero igual mantuvimos el contacto y la decisión de cumplir con nuestro acuerdo. Además de creer en su urgencia, la historia era de por sí apasionante.
Exactamente un año después de nuestra primer visita a la comunidad, Uweni Temai, que estaba estudiando derechos humanos en un programa especial para jóvenes wixáritari en Guadalajara, nos escribió para pedirrnos que en dos semanas lo acompañaramos a La Laguna, para partir con su familia a la peregrinación tradicional, la práctica más sagrada de este pueblo: ir desde la Sierra Wixárika en Jalisco hasta Wirikuta a dejar las ofrendas, cazar el híkuri, y limpiar nuestros corazones y el del mundo para así comenzar un nuevo ciclo, como siempre fue.
Empezamos entonces el trabajo documental independiente y autofinanciado para realizar el film “Huicholes: Los Últimos Guardianes del Peyote”. Una difícil investigación de 3 años y medio que nos unió con Paola Stefani, una antropóloga y comunicóloga que producía el Venado Mestizo: el blog que concentraba toda la información acerca de la lucha por Wirikuta de los abogados, ambientalistas, académicos, artistas y miembros de la sociedad civil comprometida con la lucha del Pueblo Wixárika y de los ejidatarios locales para evitar cualquier daño ambiental irreparable, ya sea de la minería (lo puntual de ese momento), como cualquier otra actividad humana que significase la contaminación de esa región tan importante bio-culturalmente.
Con Paola, José Andrés Solórzano, Tracy Barnett y todo el equipo mexicano y argentino, logramos reconstruir las piezas y diferentes visiones alrededor de ese pueblo y su medicina, lo cuales dan nombre a nuestro relato. Una vez terminado, pudimos estrenarlo en los escenarios del conflicto (el Desierto y la Sierra de Catorce), en la comunidad de San Andrés Cohamiata – frente a los misma gente que nos la había solicitado más de tres años antes, para luego proyectarla ante miles de almas de forma gratuita en Guadalajara y el DF. Algo que pueden ver en la bitácora del documental en www.huicholesfilm.com.
A partir de ese estreno en mayo de 2014, iniciamos tres giras más con los protagonistas wixaritari (Katira y su hijo mayor Haikuka), a Chile, USA y Canadá y por 37 ciudades de Europa, además de las funciones que se siguen organizando hasta el día de hoy en Latinoamérica y México (en estos momentos el documental está participando del ciclo 2018 Segundas Vueltas de la Casa del Cine, que lo está proyectando en varios foros del país).
En las decenas de proyecciones que fueron presentadas por sus mismo protagonistas y realizadores, se consiguió articular una potente difusión itinerante de la lucha y cosmovisión de los wixaritari a públicos muy variados. Nos encontramos con un mundo ávido y necesitado de otras formas de conectarse con la comunidad, el entorno y el plano espiritual. Una tribu ecléctica con miembros de distintos países, en los que en su mayoría ya casi no quedan rasgos culturales milenarios, y que se acercan cada vez más a conocer sobre las luchas indígenas, sus prácticas antiguas y la búsqueda de alternativas al desarrollo contemporáneo.
Una campaña que sólo fue posible por el apoyo en difusión, fondos y logística de toda la gente de México y el mundo que creyó en ese trabajo conjunto con miembros y representantes del pueblo wixárika, condensando en 2 horas de película los detalles y argumentaciones que pueda usarse para proteger definitivamente ese lugar sagrado.
Al día de hoy las concesiones mineras en Wirikuta siguen suspendidas por un tribunal mexicano, algo que bien podría cambiar en cualquier momento. Por eso insistimos en que este caso se conozca por todos lados, e inspire de manera positiva a la opinión pública, la justicia y la política encargada de cumplir con el deber de cuidar uno de los máximos tesoros de México, y como ya varios saben, de la Humanidad.
Luego de esa reveladora experiencia, todos los involucrados entendimos que lo mejor que podíamos hacer era continuar la historia de la película, para conocer otros pueblos emblemáticos de nuestro continente que están viviendo situaciones similares. Es por ello que emprendimos un nuevo trabajo independiente con los mismos protagonistas wixaritari del film, esta vez en formato de serie: Guardianes – Relatos de Resistencia (www.guardianes.tv). Los encuentros de Katira y sus hijos con otros representantes de otras culturas ancestrales que como ellos, estén en lucha y salvaguarda de sus territorios y tradiciones milenarias.
El objetivo sigue siendo generar consciencia acerca de la importancia del cuidado y respeto a los territorios y pueblos indígenas, así como servir de puente comunicacional entre las culturas originarias y nuestra sociedad moderna, tan sujeta a los vaivenes de la mercadotecnia y a la manipulación mediática y política. Relatos que permitan acercarnos un poco a la tan necesaria interculturalidad.
Creemos, como muchos, que el mundo está transitando un momento clave en su historia. Un punto de inflexión donde los viejos patrones empiezan a perder fuerza y de ello surge algo nuevo. Un proceso que pareciera correr detrás al urgente vértigo de nuestra sociedad actual, aunque con una fuerza tal, que debiera alimentar la esperanza para lanzarnos a la tan necesaria evolución que nos demanda el presente.
Cada día más se va comprendiendo que la ciencia ya no es la única solución a todos los problemas que nos acucian, con el inexorable cambio climático como corolario de un mundo que se dedica a la explotación irracional de nuestros recursos naturales, para mantener un sistema de vida injusto e insostenible a todas luces.
Una sociedad planetaria que es testigo impotente del crecimiento desmedido del afán de acumulación (según el último informe de la ONU sobre desigualdad, 63 individuos poseen tanta riqueza como la mitad de la población mundial), y que en alguna regiones, los recursos más básicos como el agua potable, las tierras fértiles y el aire puro, ya se han convertido en panaceas.
En este contexto cada vez más distópico, con los precios de la comida y los combustibles en constante alza, la interculturalidad surge como una alternativa posible a la crisis contemporánea.
Una vez un biólogo argentino que trabaja recuperando cóndores heridos y cautivos en la Patagonia nos compartió un concepto que lo ilustra: “Como los pájaros que necesitan las dos alas para volar, ya que con una sola no pueden elevarse, los humanos debemos intentar encauzar la vida en el mundo con los dos flancos culturales que tenemos: la ciencia moderna y sus adelantos, así como los conocimientos tradicionales y su sabiduría ancestral.” Una fórmula nunca realmente probada hasta el momento, que quizás aclare el camino a la solución del gran dilema humano.
Por ello en nuestro nuevo proyecto intentamos reflejar esas prácticas, medicinas, ceremonias, técnicas, y procedimientos propios de los pueblos originarios, para contrastar con los avances de nuestro propio desarrollo. Un balance que nos ayude a incorporar a la dinámicas de las sociedades globales aquéllo que los pueblos indígenas del planeta nos quieren transmitir desde que se cruzaron siglos atrás con las predadoras culturas invasoras: El Buen Vivir.
En los dos episodios que ya hemos registrado, visitando al pueblo Kamëntsá en el Alto Putumayo en Colombia y al Guaraní en el Chaco Boliviano, pudimos vislumbrar el tono de dichos encuentros. Una manera común de entender que sus cosmovisiones son tan válidas hoy, como lo fueron siempre. Pero ahora sí pueden volver a abrirlas al exterior, a practicarlas y compartirlas sin temor con las nuevas generaciones de su comunidad y porque no, del mundo.
La construcción con materiales locales naturales; el autogobierno y el trabajo comunitario; la autonomía alimentaria, la práctica de la medicina y arte tradicional indígena y el contacto con el mundo espiritual. Todos conceptos practicados por milenios y que por necesidad, hoy nos toca redescubrir.
Creemos que toda la comunidad global consciente es responsable de que se logre equilibrar de una vez la gran familia humana, a través de acciones sustentables que modifiquen de manera positiva la realidad, e inspiren la construcción común de una diversidad planetaria armoniosa; con justicia, salud y prosperidad para todos los seres que habitan esta tierra.
La madurez que tengamos al acercarnos a las culturas ancestrales y sus colectivos, a sus prácticas y medicinas, deberían velar por el respeto y cuidado de formas y canales de encuentro. Para lograr que la genuina y bienintencionada búsqueda intercultural, no mute en la voracidad propia de nuestra idiosincracia moderna. Y que así, el intercambio sea siempre beneficioso en ambas direcciones.
Bendiciones* Hernán Vilchez, Febrero, 2018