En la pasada década, ha renacido el interés científico de la medicina alopática en los potenciales de algunos compuestos considerados como psicodélicos. A pesar de existir experiencia previa positiva en la utilización de estos compuestos, en general como facilitadores de terapias psicológicas, la investigación sobre estas sustancias fue víctima de una “prohibición” iniciada a mediados del siglo XX. Siendo clasificadas por distintas organizaciones y naciones como sustancias “sin uso médico aceptado y con alto potencial de abuso”, se creó un desaliento público que únicamente lograría satanizar su uso en cualquier contexto médico, recreativo e inclusive tradicional.
En la actualidad, la depresión afecta a más de 300 millones de personas a nivel mundial. Alrededor de un tercio de estas personas, no lograrán obtener un beneficio significativo con los tratamientos convencionales disponibles, generando una carga de enfermedad intensa y muchas veces perpetua. Aunado a este panorama sombrío, los tratamientos médicos no han cambiado su acercamiento científico desde la aparición del primer antidepresivo en los años 50. De una u otra manera, cada uno de los medicamentos que han emergido desde entonces, actúan de una manera muy similar sobre el cerebro, únicamente variando de manera sutil su composición química y perfil de ser tolerados por los pacientes. ¿Por qué no responde a estos tratamientos una proporción tan alta de personas con depresión? ¿Qué estamos pasando por alto? Las respuestas teóricas a dichas preguntas probablemente son demasiadas para ser discutidas en cualquier espacio. Sin embargo, es aquí donde aparece la “promesa psicodélica”.
El término “psicodélico” aparece por primera vez en una de las múltiples comunicaciones entre el psiquiatra inglés, Humphry Osmond, y el autor y filósofo de la misma nacionalidad, Aldous Huxley, en 1956, como un término más apropiado para las sustancias que, a su parecer, manifiestan o hacen visible la mente o el alma (del griego ψυχή, “mente, alma”, y δήλομαι, “manifestar, revelar”). El uso actual del término incluye a los psicodélicos clásicos o serotoninérgicos (por su acción sobre receptores del neurotransmisor serotonina): psilocibina, mescalina, dimetiltriptamina (DMT) y dietilamida de ácido lisérgico (LSD); así como a los psicodélicos glutamatérgicos (por su acción sobre receptores del neurotransmisor glutamato): ketamina y fenilciclidina.
Con fines de transmitir el significado de lo que he llamado “promesa psicodélica”, me limito a dos ejemplos de estas sustancias: la psilocibina, compuesto activo de los hongos alucinógenos, y la ketamina, anestésico sintetizado en un medio controlado.
¿Qué efectos tienen sobre el cerebro y la depresión?
- Psilocibina
La acción química principal, responsable de los efectos psicodélicos, es a través de la estimulación de pequeños receptores que traducen una señal normalmente guiada por el neurotransmisor serotonina. Es decir, al unirse la serotonina o la psilocibina a un tipo específico de receptor cerebral, se produce una cascada de consecuencias celulares a través de las cuales se modula la actividad cerebral en distintas regiones. Si bien, los efectos alucinógenos de la psilocibina parecen estar relacionados con su acción en estos receptores en las áreas cerebrales relacionadas con la visión y la localización de objetos en el espacio, sus efectos antidepresivos parecen estar vinculados a la modulación de otras áreas.
A nivel celular, los receptores sobre los que actúa la psilocibina regulan el procesamiento emocional de los estímulos, y parecen estar alterados en los pacientes con depresión. Más aún, algunos estudios muestran que su administración promueve la generación de nuevas sinapsis en áreas del cerebro afectadas por la depresión. Cuando traducimos estos efectos a estudios de imágenes cerebrales, apreciables a simple vista, se ha encontrado que la administración de la psilocibina regula la actividad de estructuras clave en esta enfermedad: la amígdala (responsable de la respuesta emocional), el cíngulo (punto de conexión entre emociones y cognición), y la red neuronal por default (como la base neurológica del yo, la autoconciencia, la mentalización, y otros procesos de “vagabundeo mental”). ¿Suena familiar? Pues, mencionado esto, es más fácil entender la experiencia subjetiva tras el consumo de los psicodélicos.
Explorando estos potenciales, y tras el auge de la investigación con ketamina, aparecen los estudios clínicos modernos más importantes con psilocibina para el tratamiento de la depresión. Destaca la publicación reciente de los efectos sobre este padecimiento en una de las revistas médicas más prestigiadas. En 2016 se dan a conocer resultados innovadores utilizando dosis controladas de psilocibina en pacientes con depresión, logrando una mejoría rápida y aún más sostenida que cualquier antidepresivo conocido tras una única administración con apoyo psicológico(Carhart-Harris et al., 2016). Irónica la manera en que los ancestrales hongos alucinógenos podrían ayudar a resolver el auge de psicopatología moderna después de que les dimos la espalda.
2.- Ketamina
La ketamina fue sintetizada por primera vez como un anestésico disociativo. A diferencia de los psicodélicos clásicos, algunas sustancias comparables ejercen sus efectos químicos a través de otro neurotransmisor llamado glutamato. Este neurotransmisor es responsable de más del 90% de las señales cerebrales. La administración de esta sustancia bloquea la acción del glutamato en un subtipo particular de receptores llamados NMDAR.
A pesar de la diferencia en su manera inicial de actuar, se producen experiencias subjetivas y mecanismos neuronales similares a los obtenidos con los psicodélicos clásicos. De tal manera que, parecido a la psilocibina, produce estados alterados de conciencia, promueve generación de nuevas sinapsis neuronales, y regula la actividad de áreas cerebrales relacionadas con la depresión. Es por esto que, a pesar de discutirse en su mayoría como una sustancia ajena a los psicodélicos clásicos, parece ser la hermana sintética de los mismos.
En el año 2000, se publica por primera vez una serie contundente de pacientes con depresión en los cuales, tras la administración de una muy pequeña dosis de ketamina (mucho menor a la utilizada en anestesia), se presenta una mejoría rápida (en menos de 4 horas), robusta (disminuyendo los síntomas
de gran manera), y duradera (más de 48 horas, aún tras desaparecer la sustancia del cuerpo)(Berman et al., 2000). Es a partir de aquí, que comienza una oleada de ímpetu científico para dilucidar el cómo se logran tan inesperados resultados, los mecanismos y la seguridad de la ketamina en este contexto. Tan prometedores fueron los resultados de estudios siguientes que incluso la Food and Drug Administration (instancia estadounidense reguladora de los medicamentos), le otorgó el estado de terapia innovadora, con lo que clasifica a algunos derivados de la ketamina como: medicamentos que tratan una condición médica seria o que amenaza la vida, y que tienen evidencia preliminar suficiente que muestra mejoría sustancial sobre tratamientos convencionales. Así, aseguraría una investigación y desarrollo más acelerados, y en caso de ser favorable, permitiría un acceso más pronto a la terapia. En mi opinión, fueron estos resultados los que reabrieron el camino a los psicodélicos en la investigación médica moderna.
A pesar de sus diferencias químicas y en sus sitios de acción, parece que los resultados finales a nivel cerebral son más parecidos que lo anteriormente creído:
* De manera subjetiva, y dependiendo de las dosis, producen un estado alterado de conciencia con experiencias perceptuales, de desintegración del yo, y de un estado de unidad o espiritual denominado “infinitud oceánica”. Este estado podría contribuir desde el punto de vista psicológico y celular a la producción de un efecto similar al del estrés postraumático, pero con una característica positiva; teoría apoyada por estudios de índole psicológica, celular y de imágenes cerebrales. Así, las experiencias emocionales y místicas intensas pueden modificar la actividad cerebral y mediar los efectos antidepresivos que aún se observan más allá del día de la administración.
* Actúan en receptores de neurotransmisores vinculados con la génesis de los síntomas depresivos, sobre los cuales existe evidencia de mejoría con otras moléculas de similar acción.
* Existe evidencia de que pueden modular la inflamación a nivel cerebral, así como la respuesta del sistema inmune, el cual parece encontrarse alterado en personas con depresión.
* Generan neuroplasticidad y adaptaciones en las sinapsis o conexiones cerebrales, específicamente en sitios que se ven afectados en pacientes con depresión. Estos cambios permanecen a través del tiempo, a pesar de haber ya desaparecido la experiencia subjetiva e inclusive las más mínimas concentraciones del cuerpo, y confiriéndoles propiedades benéficas más allá del estado alterado de conciencia transitorio.
Después de más de 60 años de falta de innovación en medicamentos antidepresivos, aparecen viejos aliados psicodélicos que muestran aliviar los síntomas depresivos de manera rápida, significativa y duradera.
¿Estamos listos?
Desde el punto de vista de la terapéutica alopática, existen algunas limitantes actuales para una mayor difusión de los psicodélicos en investigación y tratamiento. Dentro de estas limitantes, es importante mencionar la política regulatoria occidental actual predominante, la cual coloca a la mayor parte de los psicodélicos en la categoría I de las sustancias controladas, junto a otros compuestos como la marihuana, morfina, algunos derivados anfetamínicos y anestésicos. Dicha categorización dificulta de manera importante la disponibilidad de los psicodélicos en los ambientes clínicos y de investigación, y confiere, de igual manera, una valencia social y científica negativa hacia los mismos.
A pesar de la creciente evidencia de sus beneficios, debemos ser cautelosos respecto a esta promesa psicodélica en el tratamiento de distintos padecimientos neuropsiquiátricos. Su uso fuera de contextos tradicionales y de investigación social, antropológica y médica, puede representar un arma de dos filos. Los resultados preliminares inspiran, invitando a utilizar estas sustancias como tratamientos fuera de los ambientes mencionados, en la búsqueda de un pronto y bienintencionado beneficio para quienes padecen depresión. Sin embargo, siempre es inminente la posibilidad de casos aislados o seriados de efectos secundarios no previstos, ya sea por las formas y frecuencia en las que son administradas, o de manera idiosincrática. De tal manera que, debemos ser cautelosos con nuestras expectativas, pues sialgo nos ha enseñado la historia, es la existencia de la siempre latente posibilidad de una población defraudada y consecuente rechazo público de tan promisorias moléculas.
En mi experiencia profesional no ha existido mayor satisfacción que poder facilitar los beneficios de estas promesas psicodélicas a quienes han sido afectados por la depresión al grado de autolesionarse, habiendo sobrepasado uno de los instintos más primitivos, la supervivencia. Y es con esa satisfacción que comparto la pequeña narrativa de R, una mujer que hasta haber recibido ketamina como estrategia antidepresiva, había pasado los últimos 15 años preguntándose más allá de lo filosófico el por qué continuar viviendo si ningún tratamiento parecía ayudarle. Así describe la conversación con su pareja tras regresar a casa, proveniente de dicha intervención en el hospital.
—Bienvenida —comentó su pareja.
—Pero si ya tengo horas de haber regresado del hospital —respondió R.
—Bienvenida de nuevo al mundo —continuó su pareja—. Eres tú otra vez.
Bibliografía
Berman, R. M., Cappiello, A., Anand, A., Oren, D. A., Heninger, G. R., Charney, D. S., & Krystal, J. H. (2000). Antidepressant effects of ketamine in depressed patients. Biol Psychiatry, 47(4), 351-354.
Carhart-Harris, R. L., Bolstridge, M., Rucker, J., Day, C. M., Erritzoe, D., Kaelen, M., . . . Nutt, D. J. (2016). Psilocybin with psychological support for treatment-resistant depression: an open-label feasibility study. Lancet Psychiatry, 3(7), 619-627. doi:10.1016/S2215-0366(16)30065- 7
Rodrigo Pérez
Mtro. en Ciencias Médicas
Trabaja actualmente como jefe del Laboratorio de Investigación en Adicciones en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN) y como profesor en el Instituto de Terapia Racional Emotiva de México. Recibió formación como médico cirujano, especialista en Psiquiatría, subespecialista en Neuropsiquiatría y maestro en Ciencias Médicas por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México y el INNN. Obtuvo el premio Fondos de Investigación 2014 del Instituto Científico Pfizer, así como el premio a mejor tesis de especialidad del Programa Universitario de Investigación en Salud UNAM-INNN 2015, por su trabajo de investigación en los efectos terapéuticos de sustancias psicoactivas como la ketamina en la depresión resistente a tratamiento. Ha trabajado de manera conjunta en la University of New South Wales y el New York Psychiatric Institute, en temas de investigación neuropsiquiátrica. Sus líneas de investigación actuales incluyen la utilización de compuestos psicoactivos en el tratamiento de la depresión y las adicciones, así como en la exploración de biomarcadores de la adicción.